miércoles, 21 de febrero de 2007

ISABEL ESCUDERO: '¿Algo se mueve? o del Viaje al Turismo'



Isabel Escudero: ‘¿Algo se Mueve? O del Viaje al Turismo’

Al siemprevivo caminante de estos bosques, a Rufino, que con su andar hizo caminos.

Que ya no hay viajes, ni viajeros: que todo es ya Turismo y turistas, que lo mismo le aguarda a usted en Sanghai que en el restaurante (chino) de la esquina y viceversa, que lo mismo va a pasar en las Chimbambas que en la telepantalla de su salita de estar; y que en ambos sitios solo pasará lo que está mandado, si es que pasa algo, parece ley implacable de los tiempos que más que correr vuelan. Así que vamos a ver si desde este CAMINAR CONOCIENDO que todavía confía –con terca inocencia- en conferir un tinte sagrado y misterioso en eso de ‘camino’ y ‘conocer’, a ver, pues, si desde este camino que se hace al andar y al desandar, y desde este conocer que se hace desconociendo lo sabido, podemos mover algo que no sea dinero, algo que por un instante se escape al ojo de la Pro-Videncia y por fin sin voluntad ni vigilancia se mueva.
Pero veamos algunas de las dificultades –si no la imposibilidad- de eso que llamamos movimiento.
La cosa es que la cuestión tanto Arriba, en los mismos cielos, como abajo a ras de tierra, parece consistir en moverse. Que eso llamamos la Realidad, tanto la cotidiana y ‘natural’ como la extraordinaria –y que antaño solíamos llamar ‘sobrenatural’- se fabrica con el movimiento; que solo eso de moverse y que las cosas se muevan hacen Realidad y su Ciencia: la Física.
Y sin embargo, a pesar de la evidencia, o quizá por ella, uno se pregunta sospechoso: ‘pero… ¿es que algo se mueve?’; porque es que si miramos a lo Alto, a eso del firmamento –al Universo como dice la Ciencia- el moverse de una estrella implica automáticamente su destrucción: la estrella se deshace en su fuga; ya no es lo que era; su corrimiento es su desaparición: cuando se corre una estrella se pierde. Pero, ¿qué pasa por acá abajo con eso del movimiento y los turistas que van o viene por doquier? ¿Qué les pasa, o no les pasa, a ellos cuando, tan extenuados como optimistas, se cruzan una y otra vez y al reconocerse intercambian sonrisas y saludos con tan mecánica naturalidad y en la desasosegada trama babélica? ¿Y en esa infantil carrera que menea al mundo, qué les pasa a ellos, o no les pasa, que tenga algo que ver con aquella fatal carrera de los astros? La cuestión es tan vieja como el mundo, y ya el zorro de Zenón la atacó certeramente por el centro. Pero la imposibilidad y la contradicción siguen estando vivitas y coleando y se presentan desnudas al sentido común cuando menos te lo esperas.
Veamos: que uno, al menos acá abajo, se mueve para y por ser el que es, y que no hay movimiento sin ‘identidad’ parece, pese a las apariencias, un hecho de pura lógica; y que el movimiento no se demuestra ni andando, ya que la condición primera es que usted, el que anda, se mantenga igualito a si mismo durante todo el trayecto, y que como aquella rodante naranjita de Mairena, aunque penas y descalabros contra esquinas y malos amores no le dejen ni en sombra de lo que era, sólo si queda alguna partícula que le sea particular y propia, que le haga a usted y al prójimo reconocerse y reconocerle –aunque sea en el más recóndito de sus escondrijos- o sea, que siga siendo usted el que es, inmutable, es gracias a eso y sólo por eso que usted se ha movido (¿Se acuerda de aquella clase de Sofística en la que el maestro ante el asombro de los aprendices afirmaba: ‘que todo cuanto se mueve es inmutable, es decir, que no puede afirmarse de ello otro cambio que el cambio de lugar; que el movimiento corrobora la identidad del móvil en todos los puntos de su trayectoria. Que sea lo que sea aquello que se mueve, no puede cambiar, por el mismo hecho de moverse’. Pues eso.) Claro que usted lo tiene más fácil que la pobre naranjita de Mairena, tan común la pobre; usted es un Nombre Propio y mientras que usted no pierda su nombre y no solo eso, sino que todos sus prójimos y prójimas le pierdan a usted de su memoria, la ilusión de moverse está garantizada. Tendría usted que, al revés de Ulises, perderse en el maremagno de los mares, entregarse al canto de las sirenas y al pasto de los dioses, convertirse en cerdo, arrastrarse por lodos y pedregales y, aún con eso, si al tornar a su hogar, su vieja nodriza, al palpar la cicatriz de su infancia, le reconoce, usted no se habrá de verdad ‘movido’ ni un ápice; se habrá desplazado, cambiado de lugar, pero usted seguirá inmutable siendo lo que es. O como aquel viejo samurai que al volver de la larga guerra no es reconocido por ninguna de sus siete concubinas y tan solo su caballo lo reconoce.
Recordemos de nuevo las palabras de Mairena: ‘Si lo que se mueve no puede cambiar, es el movimiento la prueba más firme de la inmutabilidad del ser, entendiendo por ser ese algo que no sabemos lo que es, ni siquiera si es, y del cual en ese caso pensamos el movimiento’. (En cuanto a nuestra pregunta del título, dejaremos para otro día, aunque sean inseparables, la cuestión del ‘algo’, que tiene tanta miga como el que ‘se mueve’). Lo cierto es que el movimiento, a la manera eleática, tiene que pensar un ser inmutable, al cual se le atribuye. Y concluye el maestro ‘Si todo, pues, se mueve, nada cambia’. ‘Si algo cambia, no se mueve’. ‘Si todo cambiase, nada se movería’.
Pero me parece que no vale tampoco hacer demasiados distingos entre transformación y movimiento. Ante la observación del alumno sobre la distinción entre cambio de lugar o movimiento y cambios cualitativos, ya sabéis lo que le respondió Mairena: ‘Dejémonos de monsergas… Los cambios cualitativos, si son meras apariencias que solo contienen cambios de lugar o movimientos, están en el caso que ya antes hemos analizado (arriba); si son otra cosa, escapan al movimiento y son, necesariamente inmóviles. Siempre vendremos a parar a lo mismo: el movimiento es inmutable y el cambio es inmóvil’. Y añade que si se estiman estas diferencias pasaría que: ‘si el cambio es una realidad y el movimiento es otra, la realidad absoluta sería demasiado heterogénea’.
Y ya mucho antes de Mairena y su maestro Abel Martín, la aporía de Zenón planteaba con desparpajo la contradicción suma en que se basa toda Física en cuanto la roza el lenguaje: ‘Un móvil ni se mueve donde está ni donde no está…’ porque si está no se mueve, y si no está ni se mueve ni puede hacer cosa alguna.
Así que, dado ese vínculo constitutivo recíproco entre ‘movimiento’ e ‘identidad’, no nos debe extrañar que en el Progreso de al Historia –en el Progreso del Progreso- cuando la constitución de la identidad individual refinada por el cual al Humanismo, amenaza con suprema perfección de esa entelequia del Hombre (mayúsculo y civilizado) una de las notas o rasgos sustantivos y definitorios de ‘Individuo’ (idéntico a si mismo) será el de su movimiento libre y continuo, y a ser posible uniformemente acelerado, de tal manera que precisamente su índice de de identidad individual será su motilidad y disponibilidad de movimiento: él es el que se mueve. Su capacidad de movimiento debe ser ilimitada y metafísicamente perfecta: ‘si estoy volando en avión a Ámsterdam soy Pepito’ o ‘si es martes estamos en Bélgica’.
No es de extrañar, pues, el éxito desmedido del automóvil particular –del coche individual- fenómeno coincidente con el auge de las democracias y paradigmático de esta constitución individual progresada vía movimiento. Los pies del Régimen demotecnocrático de los Países Desarrollados del llamado Estado del Bienestar, tiene que estar siempre moviéndose. Los mismos mensajes publicitarios de los anuncios de coches establecen bien claramente la similitud y simultaneidad de los términos ‘velocidad’ y ‘persona’, sin separar velocidad del objeto y personalidad del objeto, ya que en el caso del automóvil propio particular (máxima perfección de la mónada individual democrática) más bien el sujeto es el artefacto y el conductor un implemento cada vez más secundario. El éxito, pues, en todo el Mundo Desarrollado demuestra bien a las claras las hondas conexiones entre la constitución del Individuo moderno típico del tecnohumanismo democrático y su vana constitución con movimiento uniformemente acelerado, el desplazamiento sin fin de un sitio a otro como señal de ‘libertad personal’ (nótese que esta tan cacareada libertad personal consiste en la práctica –en el caso ejemplar del automóvil- en ir donde va todo el mundo a la misma hora y por la misma autopista, pero eso sí: con la ilusión democrática de hacerlo por gusto y libertad personal.
Y sin duda, otro fenómeno actual parejo y tan paradigmático como el del automóvil sobre la sustentación recíproca de ‘movimiento’ e ‘identidad’, es el del Turismo colectivo. Esas grandes oleadas de turistas movidos de la Zeca a la Meca, traídos y llevados de acá para allá, también al parecer, por decisión y gusto personal. ¿Es ese afán desmedido de constitución individual, de individualismo cada vez más autista el que hace moverse y removerse sin parar a las gentes de todos los Países Desarrollados? ¿Es la fiera necesidad de una Historia ya vieja y cansina que no tiene guerras donde mover y morir a sus peones? ¿son los espasmos automáticos de una Realidad demasiado hecha y maniática, amenazad de su propia fe, que entra en impaciencia motora en demencia senil y agita a sus átomos (individuos) y a sus moléculas (grupos) de acá para allá sin cesar hasta la tercera, cuarta o quita edad si es preciso? ¿O es que el mundo, ya papel de dinero (desaparecidas las cosas ya todas dinero), necesita batirse al mismo ritmo frenético del dinero, otra mentira que vive sólo de su movimiento?
Sea lo que sea, parece ser signo de los tiempos ese movimiento desquiciado y constante, esa fe incansable, esa seguridad de saber a donde se va y por lo tanto ir (olvidando la sabia conseja del poeta: ‘caminante no hay camino…’). Los zapatones del Régimen del Desarrollo no pueden pararse como aquellas zapatillas rojas del cuento.
Ya hemos visto (con ayuda de Mairena, de Zenón y del sentido común) como, al menos por aquí abajo, solo lo inmutable se mueve, y lo cambiante está quieto; y por Allá Arriba parece que correr/se es perderse, que moverse implica destrucción y negación instantánea de lo que se es: dejar de ser el/la/lo que se es. Y que estas razonables imposibilidades y paradojas desdicen el ilusorio trajín de los turistas (sin que ellos lo sepan, claro está)
Visto que eso de moverse, que parece lo más natural y evidente del mundo, es prácticamente imposible y que el movimiento no se demuestra ni andando, habría que ser astuto y buscarle las vueltas a esa naturaleza paradójica del tiempo y el movimiento, y quizá al llevarle la contraria pueda ser que de verdad algo se mueva; a lo mejor tenemos que pararnos para que algo nos pase, como esos árboles inmóviles que agitan sus cabellos al viento y por cuyo firme tronco la sabia rebulle incansable, quedarse quietos y despiertos y a lo mejor así pasa algo.

(*) Isabel Escudero es profesora de la UNED de Madrid y poetisa.
Estación de Las Navas del Marqués, abril de 1996.
En memoria de Rufino González, de las gentes y los campos de la Estación, que tanto le añoran

(TEXTO QUE PUBLICÓ LA REVISTA ‘Caminar Conociendo’ Nº 5 DE JULIO DE 1996 EN LAS PÁGINAS 28-29)

No hay comentarios: