A la revista 'Caminar Conociendo', nº 5, se le han ido agregando escritos. Si desea ojear el número de ella retroceda hasta encontrar el índice, el staf o los titulares de la misma.
jueves, 29 de marzo de 2007
Caminar Conociendo, Nº 5: TITULARES de PORTADA
Agustín García Calvo: 'Gracias a Rufino'

José Mª Amigo Zamorano (*): 'El Sueño de la Razón'

Staf de la revista 'Caminar Conociendo' nº 5
Manuel Sánchez Mariana: 'Antiguos Libros Hallados'

El reciente hallazgo en Barcarrota (Badajoz) de un conjunto de libros antiguos tapiados desde hace varios siglos, entre los que ha aparecido nada menos que una edición desconocida del Lazarillo de Tormes, nos hace reflexionar y nos alerta una vez más sobre el constante peligro que ha acechado siempre, y hoy acecha con más riesgo que nunca, a la conservación del patrimonio intelectual del hombre.
El libro es una materia frágil, está compuesta de hojas de una sustancia susceptible de una fácil desintegración, pasto de las llamas, alimento de insectos, soporte de colonias de microorganismos que proliferan gracias a su facilidad para absorber la humedad. Pero esa materia débil es a la vez vehículo de ideas, de ideas audaces capaces de despertar pasiones que pueden conducir a su destrucción. Con todo, el enemigo principal del libro es quizá la indiferencia, la desidia y el abandono, que han conducido a la destrucción del soporte del pensamiento en mayor medida quizá que los agentes de la naturaleza.
Si pensamos en todo ello, no podremos menos de considerar milagroso el que haya pervivido una buena parte del pensamiento humano trasmitido a través de la escritura. Las utopías de autores como Bradbury sobre la salvación de la palabra escrita han sido ya realidad en épocas pasadas. Los bibliotecarios de la Biblioteca de Alejandría lograron trasmitir la literatura de la antigüedad hasta la Edad Media, los monjes de los monasterios hicieron pervivir hasta el Renacimiento, la invención de la imprenta parecía haber asegurado su supervivencia. Pero hoy de nuevo la palabra escrita se ve amenazada.
Nos vienen a la memoria algunos casos notorios de destrucción de libros y algunos hallazgos extraordinarios que rozan casi lo inverosímil. Entre las bibliotecas monásticas españolas de la Edad Media, una de las mayores riquezas en códices fue la de Oña, al norte de la provincia de Burgos: ¿para qué diréis que se empleó el pergamino de los códices, ornados de ricas miniaturas? Pues, según un testimonio antiguo, ¡para asar chorizos! Pero alguien podría pensar que el caso es propio de un núcleo rural y entre gente poco ilustrada, y que en otro medio no habría tenido lugar; nada más lejos de la realidad: en el siglo XVIII, los colegiales del Colegio Mayor de San Ildefonso, de la Universidad de Alcalá, vendieron sus códices árabes a un polvorista para fabricar cohetes para utilizar en sus festividades. En este contexto, el caso de libros malvendidos a traperos o anticuarios avispados, como los del Monasterio de Silos, en el siglo XIX, que fueron a parar a París y a Londres, es comparativamente menor, pues al menos los libros se conservan.
Algunos hallazgos sorprendentes de restos escapados a la destrucción nos llaman especialmente la atención. Hoy nos parece milagroso que unos libros emparedados como los hallados en Bancarrota –y no es este caso único-, fruto quizá de una ocultación apresurada por un riesgo de control ideológico, se hayan conservado en buenas condiciones. Otro caso bastante conocido es el del manuscrito de las obras de Gonzalo de Berceo que guarda la Real Academia Española, cuyas hojas de pergamino tapaban las ventanas de una vivienda rural en una aldea de Castilla, donde fueron descubiertas por un sacerdote que acudió a atender a un moribundo. Pero el caso más chocante es quizá el del hallazgo de una buena parte del archivo de la Casa de Altamira, malvendido en el siglo pasado, demostración de que ni siquiera los estamentos en los que podríamos depositar más confianza por ser depositarios de la cultura están exentos de culpa; el caso es narrado detalladamente por don Agustín González de Amezúa al editar el epistolario de Lope de Vega –cuyos originales, que estaban en dicho archivo, desaparecieron, por cierto-, y aquí nosotros lo resumimos: un día, a finales del siglo XIX, iba el conde de Valencia de Don Juan por la Calle Mayor de Madrid, cuando sintió urgencia de hacer sus necesidades corporales, solicitando permiso para ello en una tienda de comestibles; cual no sería su sorpresa cuando tras satisfacer sus demandas físicas y al echar mano a un montón de papel, se encontró en ella una carta autógrafa de don Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán; demandó rápidamente al tendero el origen de aquellos papeles, y supo que, junto a otros que tenía para envolver la mercancía, procedían de la casa nobiliaria antes citada. Gracias a su adquisición, hoy puede consultarse en el Instituto de Valencia de Don Juan.
El recuerdo de estas anécdotas debe alertarnos sobre los peligros que hoy más que nunca acechan para la transmisión de los libros a las futuras generaciones. La baja calidad del papel y de las tintas de impresión de los libros actuales, cuya duración apenas está garantizada para una generación, la contaminación ambiental que dificulta y encarece la conservación y provocará previsiblemente la destrucción de colecciones no sometidas a un control riguroso y caro, la sustitución progresiva del libro por los nuevos soportes cuya duración tampoco está garantizada, son amenazas frente a las que debemos actuar si queremos que las futuras generaciones dispongan de una buena herencia intelectual semejante o superior a la nuestra.
(*)Manuel Sánchez Mariana es Director del Fondo Histórico de la Universidad de Alcalá de Henares
DE LA PÁGINA 6, DEL NÚMERO 5 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO' DE JULIO DE 1996
Andrés Linares(*): 'La Desaparición de las Salas de Cine en España'

1. Problemas generales:
(*) Andrés Linares es director de cine
EN LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', NUÉRO 5, PÁGINA 10 DE JULIO DE 1996
miércoles, 28 de marzo de 2007
Román Gubern: 'Recuerdo y Homenaje a Manuel Villegas López'
Manuel Villegas López fue un donostiarra inteligente y culto, atento espectador del cine desde su juventud y tuvo la fortuna de crecer de crecer en este arte en su etapa formativa, cuando se estaba constituyendo como una forma estética nueva y cuando sus imágenes eran todavía mudas. Los historiadores actuales del cine, nacidos ya en la época sonora, envidiamos secretamente a quienes tuvieron el privilegio de verlo crecer en la etapa de su inocencia, pero también en la etapa de su experimentación, envuelta en debates interminables acerca de su polémica identidad estética. Así podría legarnos Villegas en 1935 un precioso librito, titulado expresivamente ‘Espectador de sombras' (1935), que constituye un extraordinario testimonio de esta época y de su percepción gozosa del cine, cuando este se estaba constituyendo en un nuevo arte.
Pero Villegas López no fue solo un escritor y un crítico de rigor intelectual, tanto con la pluma como con el micrófono (fue, en Unión Radio, uno de los primeros críticos radiofónicos en España, de 1932 a 1935), sino también un activista. Primero en el frente del cineclubismo, formando parte del grupo fundador del G.E.C.I. (Grupo de Escritores Cinematográficos Independientes), cuyo manifiesto fundacional apareció en septiembre de 1933 y que publicó varios libros valiosos, entre ellos: ‘Cita de ensueños’, de Benjamín Jarnés, y también en el Cineclub Imagen, que proyectó por primera vez en España, seguida de fulminante prohibición, ‘Tierra sin pan’ de Buñuel. Pero su activismo tuvo su etapa más arriesgada durante la tragedia de al guerra civil, cuando en 1937 fue nombrado jefe de los Servicios Cinematográficos republicanos, e incluso dirigió, gran cantidad de documentales y de cortometrajes de propaganda.
Como tantos otros intelectuales españoles, Villegas López partió para el exilio y desde Buenos Aires prosiguió su magisterio, escribiendo algunos de sus libros más fundamentales, entre ellos su Charles Chaplin, el genio del cine (1943) que sería repetidamente reeditado en versiones sucesivamente ampliadas y puestas al día. Al principio de los años 50 regresó a España y es cuando tuve la oportunidad de conocerle y tratarle. El siempre tuvo una gran deferencia hacia mi y reseñaba puntualmente todos mis libros, en el papel o en las ondas, y me piropeaba siempre que podía acerca de la prodigalidad de mi escritura y la variedad de temas que trataba. Un día me dijo una frase que nunca olvidaré: ‘Gubern, usted tiene una cabeza como la de Napoleón, pues es capaz de pasar de un cajón a otro de su cerebro como si nada, abriéndolos y cerrándolos en un periquete’. Yo ignoraba que Napoleón tuviera tal facultad, pero es una frase que siempre he recordado con cariño. Era extraordinariamente reacio a hablar de sus experiencias cinematográficas durante la guerra civil. Cuando hubo que incluir su biografía en la Enciclopedia Espasa me designó a mi como su biógrafo e intenté aprovechar esta oportunísima ocasión para sonsacarle datos de esta agitada época de su vida, pero choqué con su hermetismo.
Supongo que había sufrido bastante y, por demás, la dictadura seguía todavía en pie, por lo que no juzgaba oportuno recordar sus actividades antifascistas. Cuando en 1967 se celebraron las Primeras Jornadas Internacionales de Escuelas de Cine en Sitges, que se adivinaban de alto voltaje reivindicativo frente a las autoridades, fue nombrado presidente de aquel evento, pero su fino olfato político le hizo oler que aquello acabaría en un estallido y envió un diplomático telegrama excusando su asistencia por razones de salud. De manera que me tocó actuar a mi como presidente en funciones, por ausencia de Villegas. Su azarosa vida le había enseñado a ser prudente.
Villegas López había apoyado en esta década al Nuevo Cine Español, que celebró con artículos y con un libro, de modo que siempre quiso estar junto a los jóvenes y sus inquietudes, con el apoyo de su sabiduría y experiencia. Fue un maestro para muchos de nosotros, que no lo olvidaremos fácilmente.
(*) Román Gubert es catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de ‘La mirada opulenta. Exploración de la iconosfera contemporánea’ ‘Imagen pornográfica y otras perversiones gráficas’, así hasta más de una veintena.
EN LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, NÚMERO 5, PÁGINA 11 DE JULIO DE 1996
Manuel Villegas López, Pionero de la Crítica de Cine de España

(Hablamos con el escritor Eusebio García Luengo)
Por Félix Rosado
La revista ‘Caminar Conociendo’ dedica un espacio al cine, en el homenaje a un Centenario que acaba de celebrar el nacimiento del Séptimo Arte. El mundo del cine no termina en el celuloide. La visión de las películas por parte de la llamada crítica especializada es parte fundamental en el eco que puedan despertar entre el público, que es el que paga. Aunque hay que dejar claro que muchas veces los aficionados dan la espalda a la opinión de los expertos. En nuestro país la crítica cinematográfica surgió en torno a los años 30. Manuel Villegas López fue uno de sus pioneros.
El hecho de que esta revista haya seleccionado a Manuel Villegas López para hablar de este episodio no obedece a otra causa que la de su vinculación, más o menos esporádica, con Las Navas del Marqués. Entre los muchos visitantes ilustres de esta localidad hay escritores, poetas, militares, cantantes, políticos, futbolistas de renombre, etc. Y no podían faltar cineastas. Incluso la película ‘Calle Mayor’, de Juan Antonio Bardem, tuvo sus orígenes en un guión elaborado en Las Navas, basándose en la obra teatral ‘La señorita de Trévelez’ de Arniches.
Manuel Villegas López vino a Las Navas a finales de los años 20. Para recordar ese pasado nos desplazamos a Madrid donde entrevistamos a Eusebio García Luengo, autor y crítico teatral y amigo personal de Villegas López en aquella época, con quien mantuvimos una animada charla en el bulevar de la calle Ibiza.
Ambos críticos, cinematográfico y teatral, coincidieron en el pueblo durante el verano, aunque fue después cuando trabaron amistad en la Capital de España. ‘Vivió en el Barrio de Argüelles y yo iba mucho por su casa entonces’, comenta Eusebio García Luengo. Y apunta que ‘lo de Villegas López’, el segundo apellido, ‘lo llevaba por el prurito de destacar como pariente de Vicente López, insigne pintor, a quien rendía de esta manera un homenaje’. Por eso conservó siempre en su firma el citado apellido. Lo define como un hombre con sentido del humor, gran lector y polifacético, aunque centrado en el cine. En este sentido, añade que ‘íbamos mucho al cine y él pertenecía al grupo de escritores de cine, era uno de los pioneros críticos del cine, como tal’.
Entonces, en aquella época, la figura de crítico cinematográfico no existía, ‘eso sí, había ese grupo de escritores y algunos cine club, aunque muy pocos’. Villegas se encontraba entre ellos y empezó a hacer crítica en Unión Radio, única radio importante que existía en Madrid. Además de Villegas recuerda que estaban Gómez Mesa y Rafael Gil, que también fue director de cine e hizo algunas películas de bastante éxito.
‘Villegas desde un principio ejerció como crítico de cine, es importante subrayarlo porque la figura dominante era la de crítico de teatro, con gente como Antonio Espina, Manuel Machado, Arturo Nori, Fernando Almagro…’. En los periódicos aparecían gacetillas sobre cine, pero ‘no firmadas’ hasta que se inició la andadura con unos pocos profesionales.
El camino de Villegas López se vio truncado temporalmente –como el de todos los españoles- por el trágico episodio de la Guerra Civil. En este periodo, en el lado republicano, elaboró algunos documentales, ‘quizá asépticos y moderados, porque él no era nada extremista’, sobre la vida de esos años. ‘Como sabía mucho de cine, le encargaron, creo, no sé si por parte del Gobierno Central de Madrid o por los organismos catalanes, unos documentales, quizá nada belicosos pero suficiente para que se animase a irse exiliado a Argentina unos cuantos años, aunque luego fue de los primeros en volver a España’.
(Lo que tampoco sabe Eusebio García Luengo es que si esos documentales se destruyeron o se conservan en alguna filmoteca)
Indica, no obstante, que tampoco debió de ser mucho lo filmado, pues la carencia de material cinematográfico era notable. La llamada División del Campesino si contaba con un grupo de cine, al frente del cual estaba Antonio del Amo, ‘pero Villegas estaba en una zona más aséptica y contaba con menos material, no sé si disponía de los mismos medios pero no creo’.
Lo cierto, señala, es que las películas sobre la guerra civil española son casi todas rehechas con material tomado de los archivos franceses y alemanes y poco de los propios españoles.
Villegas continuó su labor como crítico en Buenos Aires, hasta que la nostalgia, la familia y el hecho de no tener nada que temer le animaron a volver a España. A partir de entonces, ambos amigos se vieron poco.
Recuerda también que entre sus obras posteriores se halla un ‘libro importante’, editado por Taurus, sobre Charles Chaplin ‘Charlot’. Es, tal vez, opina, una de las mejores obras que se han hecho sobre el célebre cómico.
La última obra publicada de Manuel Villegas López apareció en el año de 1991. Se trata de ‘Aquel llamado nuevo cine español’, en ediciones J. C. Madrid, de la colección ‘Obras completas de Manuel Villegas López’.
Así concluyó una carrera que había abierto un camino a la crítica cinematográfica española en esos duros años que se vivieron durante la República. Un recuerdo que se puede plasmar en las alusiones a unas reuniones que se desarrollaban en la Granja del Henar, café muy significativo en aquella época en Madrid, donde se congregaba todo el mundo de las letras y la intelectualidad, como García Lorca o Valle-Inclán, poetas y escritores que quedan en la memoria, pero también gente muy diversa, entre ellos Manuel Villegas López, pionero de la crítica cinematográfica en España.
(*)Félix Rosado es periodista
PAGINAS 12-13 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, NÚMERO 5 DE JULIO DE 1996
Trazos Biográficos de Manuel Villegas López

TRAZOS BIOGRÁFICOS
Por Félix Rosado y José Bernaldo de Quirós
Manuel Villegas López, que nació en 1906 en san Sebastián y murió en 1980, está considerado como uno de los grandes y más importantes críticos y

Por los años veinte veranea en Las Navas del Marqués; conoce al escritor Eusebio García Luengo; más tarde, en Madrid, se hacen amigos y crean la revista ‘Letra’ junto con F. Carmona Nanclares que tiene una vida efímera.
Colabora hasta 1935, en las principales revistas de la época, destacando sus artículos en Nuestro Cinema, Film Popular y Films Selectos.
Fue crítico en Unión Radio –actualmente Cadena SER- entre los años 1932 y 1935.
Se exilió en 1939 a América del Sur. Allí colaboró en revistas y periódicos de Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro. Escribió ‘Cine del medio

Regresó a España en 1953 y colaboró en ‘Film Popular’, ‘Films Selectos’, ‘Nuestro Cinema’, ‘Film Ideal’, ‘Cinestudio’. Y en casi todas las revistas de la época ‘Índice’, ‘Objetivo’, ‘Ínsula’. También de 1962 a 1965 fue colaborador habitual de la revista ‘Triunfo’.
En 1964 fue premiado por el Ministerio de Información y Turismo.
Finalmente en 1965 obtuvo un justo reconocimiento al recibir la Medalla de Oro de la Federación Nacional de Cine Clubs.
En 1980 se le concede el Premio CEC a título póstumo.
ÚLTIMA OBRA ( PÓSTUMA)

Colección de las ‘Obras Completas de Manuel Villegas López'. Ed. JC, Madrid 1991.
Esta colección incluye la mencionada anteriormente sobre ‘Charlot’: ‘Charles Chaplin. El genio del cine’.
Merece la pena dejar constancia de las propias palabras que el mismísimo Charles Chaplin, sin ir más lejos, dijo del libro que le dedicó Villegas: ‘Es el mejor y más profundo estudio que se haya realizado sobre mis películas y la visión más hermosa, acertada y generosa de cuantas me han dedicado’.
El resto de la colección de sus obras incluye los siguientes títulos:
*La nueva cultura
*Arte, cine y sociedad
*El cine en la sociedad de masas
*Los grandes y fundamentales nombres del cine
*Aquel llamado cine español
*En el esplendor del cine francés
Félix Rosado y José Bernaldo de Quirós
EN LA PÁGINA 13 DEL NÚMERO 5 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’ DE JULIO DE 1996
Jacoba Conde: 'De Vigo a Santiago, por el bien de todos'

Cuando de niña vivía en Santiago de Compostela, de vez en cuando y tanto en las suaves tardes de verano como bajo la cruel persistencia de la lluvia invernal, subía hasta la casa de mis tías una extraña y pobre mujer de tipo céltico -o de lo que vulgarmente se entiende por tal-, con el cabello enmarañado o semirrecogido por una cinta oscura, que quizá hubiera querido ser diadema, pero que, caída sobre la frente, le daba el aspecto de un McEnroe descalificado. En el rostro atezado se abrían, gementes et flenctes, unos leoninos ojos melados que miraban con fijeza obsesiva. A cualquiera que le abriese la puerta, la mujer le preguntaba respetuosamente por mi tía Concha -con ningún otro miembro de la familia entablaba conversación- y una vez delante de ella, le espetaba con voz aguda y plañidera:
--¡Ai, señora, fágame unha caridad, que non teño cousa ningunha y le ando de Santiago a Vigo e de Vigo a Santiago por el bien de todos!
Así remataba siempre la misma frase, en clarísimo castellano: 'por el bien de todos' -airosa cimera-. Escondidas detrás de la puerta, mis hermanas y yo conteníamos la risa, mientras mi tía atendía a la viajera. Y durante años la frase de al mujer perteneció al acervo del léxico familiar para expresar el andar de alguno de nosotros, confusos y atolondrados, de un lado para otro, como ella sin descanso iba y venía de la mítica y eterna Compostela, a la marítima, populosa y desestructuradamente moderna ciudad de Vigo. No parecen demasiados kilómetros cuando se recorren cómodamente en coche por la actual autovía; pero es aún mejor en tren, como nosotros en aquellos años, cantando a voz en grito, a contraviento, asomados a las ventanillas -a riesgo de que alguna carbonilla se nos colara en un ojo-, olfateando el aire y ansiosos de la punzada limpísima del aroma marino. Llegando a Carril, poco antes de Carril, lo celebrábamos:
--¿¡El mar, el mar?!, gritábamos como diez mil y sin Jenofonte.
Aunque en Vigo me nacieron -como dijo Clarín de su Zamora natal y, de la también zamorana Tábara, León Felipe-, a Compostela me llevaron aún sin memoria, con solo algún balbuceo sonrosado. En esa ciudad donde la piedra se afirma resuelta, ahincada en tierra y emergente contra el cielo, allí aprendí que la vida es un camino con vocación de inmortalidad, como la línea tiende al infinito. Y todavía ahora, después de tantos años, me acuerdo algunas veces de la patética imagen de aquella mujer peripatética y se me antoja que su petición encerraba una extraña y profunda sabiduría, pues se sabía acreedora a la generosa ayuda de todo bicho viviente porque ella se había querido caminante incansable, pasajera continua, viajera de ida y vuelta, peregrina en círculo, laberíntica, asentando su vivir en la permanente dinámica de andar su camino.
Como Gilgamesh en busca de la inmortalidad y Ulises de retorno a la patria, como Ruy Díaz, el Castellano, tras su honor perdido –que era también el de su pueblo- y Alonso Quijano, el Bueno, en su camino de lucha por hacer realidad –que es ficción- su proyectada persona, su decidida máscara de caballero andante, de auténtico y no fantástico Amadís; así, también, todos somos caminantes de un camino sin sentido aparente, sin otro ni más sentido que el caminar mismo. Ya lo dijo Juan Ramón –los poetas, siempre-:
--‘Andando, andando, que quiero llegar tardando’.
Llegar ¿a dónde? A la muerte, sin duda. No nos engañemos.
Verdaderamente, pues, a la medida del hombre.
(*) La autora es profesora de literatura.
(Creemos que, Jacoba Conde, es un seudónimo que esconde –nunca mejor dicho- a la poetisa María Paz Díez-Taboada)
EN LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, NÚMERO 5, PÁGINA 17 DE JULIO DE 1996
martes, 27 de marzo de 2007
PAZ DÍEZ-TABOADA: 'Lucerna'

Lucerna Ventosa, quae dicitur Karcessa… urbem munitissimam…, est in valle viridis…
Estas palabras latinas, pertenecientes al Liber Sancti Iacobi de las Crónicas del Pseudos-Turpin, parte IV del famoso Codex Calixtinux (S. XII), -que los gallegos llamamos O Calistiño y cuya autoría se atribuyó falsamente al papa Calixto II-, se refiere a la misteriosa Ventosa o Carcesa, poderosa y muy fortificada ciudad sarracena, situada en la más larga y conocida de las rutas que llevaban a Compostela, o sea, en el ‘camino francés’ o Camino de Santiago por antonomasia. Tratando de precisar su ubicación, la Crónica añade que ‘est in valle viridis’, o sea, en el valle verde… pero, ¿en cuál de los valles verdes por los que discurre el mítico Camino?; y sigue: ante ella un día llegó un día llegó Carlomagno, con sus pares y mesnadas; la sitió y atacó, pero las rojas murallas de la ciudad infiel resistían los envites de los franceses y el Emperante elevó sus ruegos a Jacob Bonaerges el Hijo del Trueno solicitando el milagro. Oyó Santiago al cristiano y de los Montes Aquilianos bajó impetuoso un fiero turbión que derribó las murallas y arrolló casas y habitantes, hundiendo para siempre a Lucerna en un lago, tranquilo y misterioso, en donde, convertidos en ágiles y ondulantes peces negros, nadan los sarracenos.
Frecuentemente, los cantares épicos medievales explotaban asuntos, casos y cosas ya narradas en las crónicas; aunque también sucedía a la inversa, o sea, que estas prosificaran lo que aquellos narraban en verso –así, por ejemplo, en la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio se encuentra la versión en prosa del viejo cantar perdido de Los Siete Infantes de Lara-. Anseis de Carthage (S. XII) y Guy de Bourgogne (S. XIII) son dos chansons de geste del ciclo carolingio, que tiene por asunto principal las hazañas de Carlomagno y sus doce pares; en ambas se narra esta misma leyenda y, curiosamente, las dos aluden al rojo encendido de las murallas de la legendaria Lucerna: ‘Li mur… plus vermeil ke charbons en foyer’ y ‘Murs vermeils…’.
El ilustre investigador francés Joseph Bédier rastreó exhaustivamente el oculto camino de esta leyenda, que, como todas, está estrechamente ligada a una tierra concreta y basada en hechos históricos, confundidos y amalgamados en la imaginación popular. Bédier pudo determinar que Ventosa era el nombre con que, desde comienzos de la Edad Media, se conocía popularmente la céltica Bérgidum –apellidada Flavium tras ser conquistada por los romanos-, que estaba ubicada en el cerro llamado aún hoy día Castro de la Ventosa, en la comarca leonesa de El Bierzo –derivación del latinizado Bérgidum-, a pocos kilómetros del pueblo de Pieros, en pleno Camino de Santiago. También averiguó que Carcesa o Karcesa es topónimo derivado del río antiguamente llamado Cárcere o Cárcer, que corre por un estrecho y umbrío valle al que da nombre, el Valcarce, que, en tiempos modernos, curiosa e ilógicamente –como pescadilla que se muerde la cola-, ha venido a dar al río (1*). Mas le costó averiguar lo del valle viridis, pero en el tomo XVII, de la Santa Iglesia de Astorga, de la monumental obra del padre Flórez de Setien, La España Sagrada, encontró que Santa Marina de Valverde era el nombre de la parroquia principal de lo que hoy son tierras de Corullón, pueblo berciano próximo al Castro y también a Valcarce.
Pero, ¿de dónde brotó el turbión que arrolló a la infiel y poderosa Lucerna?, ¿cuáles son los picachos en que los francos, peregrinos a Santiago, creyeron ver las míticas ardientes murallas de la ciudad?, ¿dónde el lago en la que quedó anegada…? Y, ¿aún andarán allí los sarracenos convertidos en peces negros por el Bonaerges, dada su contumaz resistencia al cristianismo? Pues, sí…
Y ahora la leyenda nos retrotrae a un tiempo más lejano y al más bello lugar de la muy bella comarca berciana. Hemos de caminar hasta Las Médulas, con sus rojos picachos que en el fulgor del ocaso semejan desde elejos muros incendiados o ardientes torres de una ciudad en llamas. Es cosa de leyenda, sin duda, y, sin embargo, volviendo de Galicia a León, en una hermosa tarde de verano, hace ya unos años de este torpe fin de siglo, creí ver desde el coche un incendio tan furioso y tan próximo, que despavorida le grité a mi marido:
--‘¡Miguel, está quemándose el monte, ahí cerca…!’
Y mi leonés particular me dijo sonriendo:
--‘¡Que no, que son los picos rojos de Las Médulas iluminadas por el sol del poniente!’
Como yo, así también lo han visto desde hace mil años los ojos asombrados de peregrinos extranjeros, atentos al prodigio, a verdades ocultas y misterios…
Fue Roma –‘el pueblo-rey’, como dijo Chateaubriand- la insaciable codicia del Imperio, la que proyectó la ruina montium que dio origen a Las Médulas. Desde los imponentes Montes Aquilianos, cuyo pico más alto recibe hoy el nombre de La Aguiada, diversos carriles tallados en la roca viva, hacían confluir las aguas de la lluvia y neveros en las oquedades y túneles que el sudor de los esclavos –los humillados amos y señores de aquellas tierras vencidas- iba horadando en las entrañas del monte; por allí se colaban las aguas en turbión, arrollando a su paso piedra y tierra hasta unos desaguaderos y cribas situados más abajo, en donde se escogían y lavaban las pepitas de oro; luego, abriendo unas compuertas, se dejaba que las aguas, barro y limo siguieran la pendiente hasta reposarse en lo que es hoy día el lago Carucedo. Así, horadando como un queso de Gruyere y atravesado una y otra vez por la furia del agua, el monte acabó por derrumbarse, mostrando desde entonces sus rojizas entrañas descarnadas. Y, efectivamente, en el sereno lago, de formación artificial, nadan delgados y ágiles peces negros que los bercianos conocen bien: los pescan y se los comen. Pero lo que pudo averiguar Bédier y que hasta ahora nadie ha desvelado es en donde estaba Lucerna, la ciudad que el Pseudos-Turpin identificaba con Bérgidum Flavium, llamada Ventosa, también Carcesa, en tierras de Valverde, que muy bien pudiera ser la actual Corullón; Lucerna, que la leyenda carolingia soñó como la sarracena Luiserna, bien defendida por sus murallas rojas y hundida para siempre en el extraño Lago, por obra y gracia del tánden ‘emperador Carlomagno / apóstol Santiago’. En mis tierras del Noroeste existían y aún hay muchos lagos y lagunas –Antela, Dañinos, Cospeito, Isoba, Ausente, Sanabria…; también en el mar, en la costa lucense, frente a San Miguel reinante –en donde se supone sumergida, asolagada en el misterio de las aguas, una ciudad infiel y perversa que fue castigada por los poderes sobrenaturales. Como la bretona Is, de la que habla Renán, la ciudad sumergida vive, como en sueños, y en ciertos momentos del ciclo anual –al amanecer del día de San Juan, el día último del año a las doce de la noche… da señales de vida. Pero de todas ellas ninguna más bella que Lucerna. Se asentó en el viejo Castro céltico y es Ventosa, la encerrada en Valverde; irguió poderosa sus muros flamantes en Las Médulas y duerme para siempre, bajo el cristal del Lago Carucedo, el sueño de su vida misteriosa.
Y, sobre todo, avanza por el Camino de Santiago, discurre multiforme en las páginas de nuestra literatura –Gil y Carrasco, Unamuno, Casona, Cortezón…- y vive imperecedera en la memoria colectiva de las gentes del Noroeste.
Paz Díez-Taboada es profeso9ra de literatura; poetisa connotada y autora de varios estudios literarios, entre ellos de Valle-Inclán.
(1*) Idéntico fenómeno lingüístico ha ocurrido en las zonas próximas de la provincia de León; así, al unirse el nombre del río Oza a ‘Val’, apócope de valle, para denominar a éste, la ‘o’ diptongo en ‘ue’ y de Valdeoza se pasó a Valdueza, nombre actual del río; y lo mismo en el caso de Orna: Val de Orna > Valdorna >Valduerna. O sea, que si antiguamente eran los ríos –Oza, Orna, Cárcer- los que daban los nombres a los valles –Valdueza, Vardorna, Valcarce-, el pueblo ha rebautizado los ríos con el nombre de los valles.
PAGINAS 20-21 DE ‘CAMINAR CONOCIENDO’ NÚMERO 5 DE JULIO DE 1996
Paz Díez-Taboada: La Caída

Lo susurran las hojas de los árboles,
Lo murmuran los ríos y las fuentes,
Lo comentan en corro, bajo la parra augusta,
Los campesinos de melados ojos;
Lo clama, sucesiva, la ondulante
Fila de peregrinos en mil lenguas:
¡Cayó, cayó Lucerna, la dorada!
Se hundió en el barro de los sueños.
La arrastró hasta el olvido el turbión que, furioso,
Derrumbó con estrépito la majestad del monte.
Mari Paz Díez-Taboada
(de ‘Lucerna’, libro de poemas inédito)
PAGINA 21 DE ‘CAMINAR CONOCIENDO’ NÚMERO 5 DE JULIO DE 1996
lunes, 26 de marzo de 2007
Antonio Escudero / Joaquín Lledó: Paralelismo navero-extremeño
(PARALELISMO NAVERO-EXTREMEÑO)

Lago de la Ciudad Ducal (Las Navas del Marqués)
Solo eres lo que te falta
(Antonio Quintana)
Pasaron un largo momento allí, junto a la fuente que alegre mana, sentados en el rústico banco que protege la techumbre de paja, conspirando ensoñaciones a propósito de los ‘Arieles’, ese misterioso grupo del que ambos formaban parte –en realidad creación de uno de ellos- y que, según decían los rumores, tenían como principal objetivo fomentar el interés por la cultura judía de Extremadura y dar a conocer en Israel, y entre las gentes del Libro, Extremadura, La Otra Tierra de Promisión donde tantos y tantos hebreos vivieron, gozaron y penaron. El uno, soñando intercambios culturales, realizaciones conjuntas, cooperaciones técnicas y mil otras cosas de índole semejante, pues desde que había escrito aquella novela titulada ‘La isla de ensueño’ era muy dado a imaginar utopías y repúblicas ideales. El otro, hijo de Israel, dándose el placer de soñar nuevos bosques que plantarían sus manos, que ya tantos árboles habían plantado aquí en Las Navas del Marqués, y allí, pues había sido sin duda el principal promotor de este bosquecillo que crece en la cacereña Hervás y que lleva el nombre de ese sabio judío, el profesor Haim Beinart, que tanta y tan excelente tarea ha realizado para acercar las dos culturas.
Y dábase a imaginar un nuevo bosque, que llevaría el nombre de su padre, el maestro Antonio Escudero, plantado ahora en el Santuario de Piedraescrita, en la Serena, donde, como a él le gustaba decir, ‘sólo se oye el silencio, el balido de las ovejas y el bronco ladrido de los mastines’.
Un bosque donde habría lugar para todos los sueños pero también para todos los recuerdos, pues habría árboles que perpetuarían la memoria de Inés Gallardo, que duerme el sueño eterno en tierra de Campanario o la del reciente y tristemente fallecido Rufino González, cuya vida se llevó ese tren que pasa por estas Navas que dicen del Marqués. Erguidos cipreses, pinos y plateados olivos señalarían el cielo, recordándoles a ellos dos, que les conocieron, su ausencia, pero a todos, aun aquellos que de ellos nunca oyeron hablar, estos árboles recordarían que entre el cielo y la tierra existe algo sagrado; algo que no es sino el vínculo de amistad que une al hombre, a cualquier hombre, con el hombre, es decir con todos los hombres. Claro que, decía, habrá también árboles para dar sombra y cobijo a los enamorados y, cómo no, acacias para aquellos que aman los misterios.
Y, oyéndole soñar en voz alta de esta manera, pensaba el otro aquello que decía María Paz Díez-Taboada en su bello librito de poemas ‘Rumor de día’:
‘… toda creación es un inflado
Blanco mantel sobre la verde hierba,
Que, cual tienda de alárabes errantes,
Acoge un mundo pródigo en tesoros ocultos.
Y se dejaba ir a las ensoñaciones de su amigo; se dejaba ir a ese mundo lleno de bosques por el que transitaban gozosas romerías.
Luego, cuando el calor se hizo menos agobiante, abandonaron el fresco refugio de la fuente y, sin dejar de conversar, se dirigieron hacia el cercano lago. Hablaban los dos casi al unísono y cualquiera que se les hubiese acercado habría tenido la impresión de que hablaban de cosas dispares sin escucharse el uno al otro, pues el uno hablaba, como siempre, de calendarios judíos, de lunas y estrellas, de celestes esferas, citando algunas veces el libro de Paz, que al parecer le había complacido:
Clama otra vez aún con resonante
Redoble de dolor sobre la curva
Piel de la tierra que florece, vuelta
De espaldas al horror que gira en torno
Mientras el otro volvía una y otra vez a sus árboles y citaban a Plinio, pues fue este romano –que por cierto murió en las operaciones de rescate de los habitantes de Pompeya sepultados bajo la lava del Vesubio- quien dijo: ‘No menos que las estatuas divinas en donde resplandece el oro y el marfil, adoramos los bosques sagrados y en ellos el silencio mismo’. Pero quien esto hubiere pensado, quien hubiese deducido de su manera de conversar, que en realidad el uno al otro no se escuchaban, se habría equivocado. Porque el uno y el otro decían, aún diferente, en verdad era lo mismo y por ello de manera ceñida se entrelazaba, como se entrelazaban las ramas de árboles diferentes o como parecen conjuntarse astros que en realidad moran en lugares muy distintos y alejados, para terminar formando la bóveda celeste de un mismo sueño. De la misma manera si uno parecía estar ausente de aquel hermoso paisaje de Las Navas, pues no hacía más que hablar de Extremadura, recordando ahora ese ‘Bosque Yehuda Haleví’ que en Hervás lleva el nombre del gran poeta hebreo y, un poco más tarde, aquel otro ‘Jardín Isaac Rabin’ campanariense; y si el otro también parecía ausente, pues continuaba hablando de festividades agrícolas pautadas por los ciclos de la luna y de los misteriosos cómputos cabalísticos a los que se entregaban los sacerdotes hebreos para armonizar estos cielos con aquellos que rige el ardiente sol, de repente, como un milagro, los árboles del uno se transformaban en los cipos con que el otro realizaba sus cómputos astronómicos, y las órbitas de los astros de los que hablaba este ya no eran sino señales en los cielos creados sólo para guiar el peregrinar de alegres romerías hacia los bosques del otro.
Y así llegaron al lago. Y éste, atrapando sus voces hizo la conversación más sosegada. Y mientras caminaban por la orilla, dando lentamente la vuelta al líquido espejo, los dos se pusieron a hablar de aquello que, durante los últimos días, habían centrado –en parte- su quehacer: la publicación de esas actas de las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos.
Esas actas que por fin –había pasado más de un año- se iban a publicar y que para ellos era tan importante, pues era un hito en ese caminar que en realidad no llevaba a ningún sitio, ya que era simplemente señal de un propósito de amistad entre dos pueblos lejanos, y al mismo tiempo cercanos. Y hablaban de ello aquí, en este lago de Las Navas del Marqués porque en realidad era aquí donde la idea de ese caminar hacia un mejor conocerse había comenzado a fraguarse. Y ambos estaban contentos de que este camino comenzasen a aparecer ya las primeras claras señales… que eran para el uno como estrellas en el cielo, y para el otro como árboles de un edén de la Otra Tierra de Promisión, cuyas piedras y rumores son también vestigios de aquella añorada Separad hacia la que el corazón y los ojos siempre retornaban.
Joaquín Lledó y Antonio José Escudero Ríos. Los autores son director de cine e investigador respectivamente.
Campanario (Badajoz) /Las Navas del Marqués (Ávila)
Abril de 1996 / Nisán 5756
TODO ELLO EN LAS PÁGINAS 22 y 23 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’ NÚMERO 5 DE JULIO DE 1996