viernes, 12 de septiembre de 2008

José Mª Amigo Zamorano: 'No todo se puede digerir'

Lo acabábamos de adoptar. Hacía pocos días. Era negro. De ojos saltones, brillantes, color de miel. Le íbamos cogiendo cariño. Jugábamos con él. Nunca se cansaba. Era buena señal. De buena salud, creimos.

Y desde el primer momento se llevó muy bien con el otro de raza blanca. También lo habíamos adoptado. Menos vivaracho, más tranquilo. De ojos azules un poco tristes.

Nuestro primer hijo dijo en tono de broma:

-Es un ensayo de multiculturalismo.

No lo decía porque se sintiera celoso, no. Había sido él, precisamente, el impulsor de las adopciones.

Este negrito comía mucho. De todo. Incluso le comía parte de la ración del otro.

Nuestro hijo decía:

-Un día, revienta.


-¿Por qué? Tiene hambre. Sabe dios dónde habrá estado... Mira esas pobres gentes que vemos en la tele... -razonó mi marido.

Entonces nos vinieron de golpe las imágenes de muchedumbres hasmbrientas rodando por caminos sin fin... las pateras atestadas de negros y negras, casi siempre delgados, pero no famélicos, dignos, aunque muchos de ellos tambaleantes por los muchos días de navegación sin comer y beber...

Era entonces cuando nos encorajinábamos. Atropellándose para salir a la memoria los hechos más crueles que la rapiña mundial había causado en la humanidad doliente y nos cagábamos en el capital imperialista y deseabamos que los pueblos del mundo corrieran, como hacía nuestro negrito particular tras el blanco, para romperle la coyunda que los ataba a la miseria.

Incluso personalizábamos individualizando en un personaje, más bien personajillo, pero otroz, a ese capital sin entrañas, bañado en sangre de los pies a la cabeza como dejó dicho Marx (D. Carlos) Le poníamos nombre: Leopoldo, rey de los belgas que tuvo para el solito al Congo. Al que robó y esquilmó. Y asesinó a miles de pobres congoleños. Y en ese empujarse para salir del olvido al teatro de muestro recuerdo salieron en primer lugar aquel horror de 'El corazón de las tinieblas' de J. Conrad o párrafos de la novela 'El fuego de los Orígenes' del congolés Emmanuel Dongola como este:

"Cierto día una veintena de abrumados obreros se negaron a continuar el trabajo pese a las amenazas del ingeniero jefe. El contramestre eligió cinco hombres al azar, entre ellos a Djermakoye, les puso un collar de dinamita alrededor del cuello y les hizo saltar por los aires. Lo demás volvieron inmediatamente al trabajo"

Pero no es lo mismo verlo por la televisión o imaginarlo leyéndolo que contemplarlo, a pequeña escala, en la proopia casa. Aquí la animalidad adquiere carta de naturaleza. Dura. No a los extremos del texto de Dongala, claro. Pero dura. Sin el cendal de la imagen o de la letra. Ahí lo teníamos, al negrito, comiendo y comiendo, voraz. Sin saciarse. A todas horas. Lo que fueses. Por lo que no nos asambrábamos de sus abundantes cagadas.

-¡Qué cagadas! ¡Cómo huelen, madre mía! -exclamaba nuestro hijo mayor.

Así debieron de ser los excrementos dejados por el rey Leopoldo, abundantes y hediondos.

Hemos seguido citando a este individuo. Mal hecho. Porque leopoldos ha habido en todas épocas y lugares. Y en una escala muy superior. Por ejemplo: la reina Victoria, de la Inglaterra victoriana imperial, le dio sopa con ondas a Leopoldito; o Felipe II de España... Y olvidándonos de monarcas y lechuguinos, o de lechuguinos y monarcas, recordamos las tropelías que los yanquis han hecho en los últimos años de nuestra historia y lo transforman en un enanito: el enanito Leopoldito.

De modo que al ver este negrito corriendo tras el blanquito, en nuestra casa, es como una representación de lo que harían los pueblos del mundo, los pueblos pobres del orbe, con los banqueros, generales, terratenientes, rabinos, imanes, obispos... si pudieran: se los comerían sin masticar... aunque después vomitaran... ya que todo no se puede digerir.

Lo decimos porque nuestro negrito particular, oriundo de España, callejero, vomitó el otro día. Al principio nos preocupamos. ¿Qué le habría pasado?... ¿Lo alimentábamos mal?... ¿habría ingerido algún veneno?... ¿Estaría caducada la comida?... Mas viendo, porque lo veíamos a diario, lo mucho que tragaba lo consideramos hasta lógico. No todo se podía digerir.

Empero, contemplando, como lo veíamos ahora, lo que aparecía a nuestra vista, el negro corriendo feroz a por el blanco, y arrancándole, como le arrancaba, pelos de la cabeza, ¡todo un mechón de pelos blancos!, con las uñas, y con las uñas se los llevaba a la boca y se los tragaba... enteros... el negrito... de ojos saltones... brillantes... color de miel... al que le íbamos cogiendo cariño... el pequeño de pelo de azabache... el gatito de pelo negro... el gatito negrito... ¡claro!... luego devolvía los pelos... los vomitaba...

Pues no todo lo que se come se puede digerir.