viernes, 5 de enero de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Caminar Recordando


por José María Amigo Zamorano (*)

Al saber la triste noticia de la muerte de Elena Soriano me propuse rendir homenaje postrero, en "Caminar conociendo", a quien había sido una magnífica escritora y una animadora cultural de primer orden con la revista "El Urogallo"; ofrenda, además, para quien había tenido elogios hacia nuestra revista.
La escritora, -"suegra del Boyer", que recordó el Umbral, como en realidad lo fue-, murió en diciembre pasado. Dos años antes me escribió una carta breve en la que decía entre otras cosas: <<los "viejos" nos vamos muriendo con el siglo XX>>; no sabía -no podía saberlo- que su muerte estaba tan cercana, pero contaba, quizás, la desaparición de sus numerosos amigos y conocidos: María Alfaro, Juan Fernandez Figueroa ...
El azar me proporcionó materia para completar el número: el diario YA, en artículo de opinión de Medardo Fraile, recogía la noticia de la muerte del hispanista inglés Charles David Ley.
Sabía yo de este hispanista por mis conversaciones veraniegas con el viejo escritor y amigo García Luengo que lo había mentado varias veces como autor de un memorial en el que recogía, entre otras cosas, sus excursiones a Las Navas del Marqués con Cela, García Nieto y otros de la llamada Juventud Creadora. De manera que quedó hilvanado el número en torno a Elena Soriano, Charles David Ley y José García Nieto.
Me puse en contacto con escritores aconsejado por Eusebio y por Juan José Arnedo, marido de Elena, quien, a pesar del dolor por la muerte de su esposa, me facilitó direcciones e incluso donó la obra a la Biblioteca Pública de Las Navas.
Lo mismo hice con José García Nieto.
Unos enviaron colaboraciones -agradezco el obituario de El Mundo enviado Santos Sanz Villanueva y que, lamentablemente, no he podido reproducir entero por falta de espacio-, otros disculparon su negativa y, algunos, para que todo fuera real como la vida misma, a pesar de la confianza que pusieron sus más íntimos, ni contestaron.
Sobre el hispanista inglés, me dirigí a José Esteban, editor de sus memorias, "La costanilla de los diablos", para que me autorizara a publicar el capítulo VI y, de paso, si quería, presentara a su autor. Aceptó encantado lo que le agradecí.
Luego murió Carlos Gurméndez, insigne escritor, eminente filósofo de las pasiones, amigo de la escritora y conocido mío; cito esto porque me había contestado a finales de diciembre, recién venido de Galicia, prometiéndome que, en pasando las fiestas navideñas, me escribiría "un largo artículo sobre Elena Soriano": su muerte me impresionó y vime obligado a variar un poco la forma a fin de que Elena y Carlos hicieran el último "camino" juntos: amigos en vida, juntos en la muerte.
Tengo que decir que, contemplado ahora el número, me parece estar viendo un fresco de la Historia de la Literatura Española de los años 50 y 60, con sus luces y sombras. Años en los que cada uno logró sobrevivir como pudo, combatiendo el hambre y el odio cainita que trajo la guerra; e intentando abrir una pequeña rendija en el negro muro, a costa, muchas veces, de prohibiciones y exilios; verbigracia: Elena Soriano y Carlos Gurméndez entre los vencidos; también en la parte vencedora había, al parecer, personalidades que desafiaban la prepotencia de los mandos triunfadores escribiendo, por ejemplo, poemas de amor, cuando no se llevaba, y ejerciendo la tolerancia, como José García Nieto, según el catedrático y poeta Joaquín Benito de Lucas, máximo conocedor de su obra, quien no duda en calificar al Premio Cervantes de poeta "de la reconciliación nacional" en las páginas de "Caminar conociendo". Un pequeño fresco de un tiempo no tan negro (en literatura) como nos lo han pintado -por obra y gracia de gentes a las que me he referido- pero sin ese color rosado con que algunos hagiógrafos quieren disfrazarlo: dictadura y censura, haberla, la hubo: unos la vivieron y otros la estudian en los manuales de Historia.

(*) José Mª Amigo Zamorano es director de la revista 'Caminar conociendo'

EDITORIAL DEL NÚMERO 6 DE LA REVISTA EN LA PÁGINA 3

Luis Alberto de Cuenca: Irlanda


Desde la Biblioteca Nacional
Luis Alberto de Cuenca*
Irlanda
Por Edward, Lord Dunsany, que cantara
las gestas de un caballo de madera
en cuento muy bello; por el libro
de Kells, iluminado por los ángeles;
por nuestra fe católica, basada
en la benevolencia de María
y no en la crueldad del dios hebreo;
por San Patricio, que te dio las cruces
de piedra que jalonan tus caminos;
por el héroe Cuchulainn y por Molly
Bloom, que lo atrajo hacia sus senos
y le dijo que sí, que lo quería,
en la última frase del Ulysses
yo te saludo, Irlanda, esta mañana
de septiembre en que todo está borroso
menos la geografía de tu isla,
desde donde me envías a la cárcel
un mensaje cargado de futuro.

Lisboa, 26 de septiembre de 1996
Luis Alberto de Cuenca: poeta e investigador del CSIC;
Premio de la Crítica del 85
Ilustra: Úrsula Martín

DE LA PÁGINA 5 DEL Nº 2 DE LA REVISTA DE LA BIBLIOCA PÚBLICA MUNICIPAL DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS (AVILA) 'Caminar conociendo'

Luis Alberto de Cuenca: El bosque


Desde la Biblioteca Nacional
Luis Alberto de Cuenca*

El bosque

El bosque me contó la vieja historia.
Dijo que hubo otro tiempo en que los hombres
se aventuraban entre su espesura
en busca del oráculo divino.
Pero nadie llegaba a ver el centro
de la selva, donde la pitonisa
resolvía las dudas de los fieles.
Porque no había centro, porque el bosque
era y es un inmenso laberinto
sin principio ni fin, y porque el orden
de las cosas excluye las respuestas.
Y es así como, ciegos e ignorantes,
nos dirigimos hacia el precipicio
de la nada, perdidos en el bosque
de la traición, el odio y la mentira.
Eso me dijo el bosque en un susurro,
mientras yo iba camino de Damasco.


Lisboa, 26 de septiembre de 1996
Luis Alberto de Cuenca: poeta e investigador del CSIC;
Premio de la Crítica del 85
Ilustra: Úrsula Martín


POEMA TOMADO DE LA PÁGINA 5, DEL Nº 2 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO'

domingo, 31 de diciembre de 2006

EL SUEÑO DE LA RAZÓN



por José Mª Amigo Zamorano (*)



Que era él, Francisco de Goya y Lucientes, el del sueño: un sueño de soldado que se fue casi sin nada, sin despedirse: tan sólo una entrañable y sangrienta remembranza y con el proyectil extraviado que se acantonó en su corazón se la zamparon... por ese impulso espontáneo que, con toda carga de razón, le había llevado a acercarse a la fuente para enjugar sus labios de añoranza con otra fuente o manantial de su pueblo... Lo hizo con apresuramiento, casi con avaricia, desatendiendo todas las reglas, todas las medidas de cautela que, en momentos de guerra, deben tomarse, mirando a los cuatro puntos cardinales, incluso a la bóveda celeste y al centro de la tierra, si fuera posible, ya que el adversario está, o puede estar, en cualquier parte y hasta revoloteando como las avispas en torno a los veneros...
Lo del avispero lo habían recordado, con toda razón, hablando de su guerra... era una equiparación muy expresiva, aunque a lo se referían era más espeluznante, era más peligroso que los avisperos reales que él conocía "desollado" --si "desollado" diría-- es decir: a las mil maravillas... Y que, indudablemente, estaban en cualquier parte: ya fuera el tronco de un árbol, o la hendidura de una roca, ya debajo de las pizarras del tejado, o entre las plantas de los pimientos de las huertas y podía esquivarlos...
Como podía evitar a esas avispas que se congregaban para beber, como él, a la fuente; "Venero" denominaban a una en su pueblo, evoca; otra "Venerillo", otra "Fontuana"... o aquella tan cadenciosa de "Palancarruca"...
Y los recuerdos se le agolpaban, se empujaban, se atropellaban, como las bestias de su pueblo cuando las guiaba a beber al abrevadero o pilón; que estaba unido a la fuente por un canalillo del que se sustentaba... Con buena imaginación los antepasados --es de suponer-- la habían construido para que la sobrante rellenara ese depósito o pilón para satisfacer la sed de las vacas, los ñus, las mulas, los okapis, los elefantes, cebras, etc. y no se extraviara en la tierra inútilmente ...
Estaba al lado de un arroyuelo que, en el estío, como ahora, descendía casi seco pues en toda la extensión de su curso los campesinos hacían pozas, quedándolo sin jugo, para regar sus huertas...; mientras caminaba, podía observar que hacían aquí también lo mismo...: a ambas márgenes del lecho del riachuelo existían huertas muy bien cuidadas, casi con esmero...; con parecido cuidado y esmero con que lo hacía él y sus familiares en las suyas ... que hacía mucho tiempo que no las veía... como no veía a su mujer ni a su hijo, ni tan siquiera sabía qué había sido de ellos, llegando hasta el extremo de pensar, como lo pensaba, que bien pudieran haberse muerto ¡Dios o Jehová o Alá el Misericordioso no lo quisiera!...
Desecha esa idea contemplando las inmediaciones de la fuente hacia donde encaminaba sus pasos y que tantísimo se parecían a las de su pueblo...; nada extraño, por otra parte, ya que por donde caminaba, por donde guerreaba, la nostalgia le jugaba malas pasadas...
Lo que era sorprendente, eso si, son los lagrimones que aparecen en sus ojos en ese momento; precisamente ahora, cosa que nunca le había sucedido; ahora que su impulso le expide hacia al centro, en el claro de la arboleda, donde se halla la fuente y su abrevadero, colmado de un exuberante y resplandeciente júbilo como el día...
¡Tanto se le parecen a su tierra natal, que no ha podido contener las lágrimas...!
Llegado, contempla el fluir del agua, escucha arrebatado su murmullo, se agacha al caño y arrima sus labios para beber...; pero antes no se resiste a llevar a cabo lo mismo que hacía antaño: pasar a la parte de atrás de la fuente y hacer lo que los animales, pero pudorosamente, disimulado su príapo (cipote lo llamaban por su pueblo) a la vista de extraños entre los dedos de su mano derecha...
Dio la vuelta y se puso a orinar...: gesto reflejo, que ya se decía, de las bestias que separando las extremidades de atrás, levantaban el rabo, abrían o entreabrían los labios (la seta, se decía por allí) de sus órganos reproductores, impúdicamente, y descargaban sus chorros amarillentos y calientes en el barro que humeaba... de la misma manera hacía él siempre, cosa natural por otra parte, nada del otro mundo ...
Se abrochó la abertura del pantalón, miró al frente, movimiento involuntario, pareciéndole observar algo que se deslizaba entre los árboles... árboles que convino, tal vez alucinaba, como los de su mismo pueblo...
Como o semejante o parecido o similar no eran las palabras exactas, ya que se dio cuenta que estaba, efectivamente, en su pueblo...: lo que le produjo un considerable júbilo, una desmesurada alegría, y, colmado de razón, unas incontenibles ganas de gritar, y cantar, y saltar...
Anhelos que fueron tronchados en agraz por una proyectil que partió de los árboles, donde había creído vislumbrar algo que le acechaba, o espiaba...; y que a deshora, ya tarde, irremediablemente tarde, comprobó que era su esposa pertrechada de fusil o carabina quien llena, repleta, atiborrada --con toda la razón del mundo-- de patriotismo defiende las tierras de intrusos... y que camina acercándose y crece y se agiganta y cuando los labios de Goya inician, en los estertores de la muerte, un tenue, apenas audible "¡cariño!", el gigantesco, el descomunal, el monstruoso ser lo agarra, como si de un suculento bocadillo de carne se tratara y, mirándolo con ojos abiertos como platos, muerde con fruición, primero cabeza y brazo derecho, y continúa luego con el izquierdo que colgaba ensangrentado... Y que Francisco de Goya y Lucientes despertándose sobresaltado dijo:

--¡Joder con el sueñito de la razón!... ¡Produce monstruos!





(*) José Mª Amigo Zamorano, director de la revista 'Caminar conociendo', es Maestro de Enseñanza Primaria





(RELATO APARECIDO EN LAS PÁGINA 4 y 5 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' Nº 5, JULIO DE 1996)

El peso del acueducto

por Shelomo Avayoú

Hijo mío, sepas que solo el temor
al encuentro -¡este es el peor!-
valvuceó mi viejo al despertarse
de la operación, medio narcotizado.
¿Para qué me sirve esta sublime decoración
segoviana, esta falsa corona de murallas?
¡Solo no este espanto en tierras ajenas,
flechas a mi corazón desde los arcos!
Nada más de una colvulsión muscular, trato
de aliviar, un toque de angustia en el alma.
No obstante, a ver si con meras palabras
se relaja aquí adentro este pájaro enloquecido.

Shelomo Avayoú
(Traducción del hebreo por el mismo autor)

Shelomo Avayou nació en 1939 en Izmir (Turquía) Licenciado en ciencia y literatura árabes por la Universidad de Jerusalém. Secretario General de la Comunidad Sefardí de esat misma ciudad y de la Organización de Escritores Kibutzianos. Autor de cerce de una decena de libroas, la mayor parte de poesía.

(POEMAS APARECIDOS EN LA PÁGINA 40 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' Nº 5, JULIO DE 1996)

Sholomo Avayou: ROMANZA DEL CABALLERO

Por Sholomo Avayou

Del oleaje espumoso surge,
espléndido, ciñe en la cintura su puñal;
terciopelo bordado su jubón,
de plata regia su botonadura.

La noche cálida y límpida
cuando entre las olas emergió;
venía por una doncella en flor
¡Y a su vera, con matronas se topó!

Grande su dote -alhajas de besos.
Diademas doradas y perlas de mar
-a su novia esbelta y de bella figura.
¡Y sólo a su vera matronas topó!

La noche candente, calurosa,
en los patios colmados de ronquidos.
De doncellas al fin desencantado,
el triste caballero a la mar se volvió.

Sholomo Avayoú
(Traducción de Becky Rubistein F.)

(POEMAS APARECIDOS EN LA PÁGINA 40 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' Nº 5, JULIO DE 1996)

Los Caminos

por Tomás Camacho Molina

Els camins s'sobren davant nostre
com ventalls
de possibilitats infinites
Un sol punt de partida,
un sol final.
Un sol trajecte pel laberint.
Voluntat i atzar.
Inercia i tria.
Cor obert al dubte
davant les innombrables finestres.
Camins que es creuen.
Camins que s'allunyen.
Record i oblit.

Tomás Camacho Molina
(Grupo Mediona, Tarragona)

(POEMA APARECIDO EN LA PÁGINA 41 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' Nº 5, JULIO DE 1996)