jueves, 11 de noviembre de 2010

Amor peligroso: compromiso y responsabilidad


La verdad es que hallar algo que sobreviva con dignidad en medio de una sociedad podrida es ciertamente difícil. Difícil pero no imposible. Aun con toda la podredumbre rodeando a los seres siempre hay algo que puede salvarlos: la esperanza o la inocencia. Y de esto trata Ben Okri en su novela ‘Amor peligroso’ que publicó en España Ediciones del Cobre allá por 1998 y que acabamos de releer.

Ben Okri nació en Minna el 15 de marzo de 1959. Ben Okri es un reconocido poeta y escritor nigeriano que ha desarrollado su carrera literaria en lengua inglesa. Okri pasó sus primeros años de vida en Inglaterra para luego pasar su infancia en Nigeria. Poco después de 1976 volvió a Europa para completar sus estudios universitarios. Flowers and Shadows (1980) fue su primera novela. Al igual que en toda su producción, se puede apreciar en ella un fuerte compromiso con la situación   política de su país y de toda África. Ha ganado varios premios incluyendo el Booker en 1991 por El camino hambriento, el Commonwealth Writers Price, el Paris Review Aga Khan Prize for Fiction, el Chianti Rufino Antico Fattore International Literary Prize y el Grinzane Cavour Prize. Okri está considerado como uno de los mejores narradores africanos de la actualidad. Su estilo, entre lo maravilloso y real, está influido por el realismo mágico sudamericano, pero sin  pertenecer por completo a       dicho estilo. El mago de las estrellas (2007) es su última novela publicada hasta el momento.

Amor peligroso trata de Omovo, un joven de un gueto de Lagos, capital de Nigeria, que trabaja en una oficina de otro barrio de la capital. Y que no le gusta mucho la verdad. A él lo que en realidad le apasiona es la pintura. Desde que llega del trabajo a su calle, en el gueto, prende su pensamiento del lienzo y pinta. Pero para ir y venir del trabajo, todos los días, tiene que salvar obstáculos que, vistos desde las sociedades desarrolladas de occidente, son casi un acto sobrehumano: autobuses atestados a los que hay que subir dando codazos, sufriendo empujones, escupitajos, sudores, apretujamientos… eso… cuando se consigue subir al vehículo, que no siempre se corona esa hazaña; otras veces hay que esperar al próximo bus, con el retraso que supone la espera y arribar tarde a la empresa, lo que lleva aparejado la bronca de los jefes o los comentarios maliciosos de los compañeros de oficina.

No obstante, todos los acontecimientos del vivir cotidiano le proporcionan motivos para plasmarlos en los cuadros. Lo que le paraliza muy a menudo frente al caballete son las dudas del por qué de las cosas: de la miseria del gueto, de las gentes del barrio, de la familia, de la ciudad, de la empresa… en fin, de su país: de Nigeria, su historia, sus tradiciones, sus religiones, sus lenguas, sus guerras tribales… por lo que el resultado final del cuadro es ajeno a lo que en principio quería plasmar.

Esa lucha interior por comprender lo convierte en una isla en medio de un mar nauseabundo, putrefacto, sin que sea consciente de su singularidad; pero si siente un cierto desasosiego. Solo se halla a gusto cuando se reúne clandestinamente con su amada Ifeyiwa. Clandestinidad necesaria al estar ella casada. Ambos son islas en medio de la miseria, la vulgaridad, la violencia, la grosería, el machismo, las ratas, las basuras, las arañas, los lagartos, los chinches, el polvo… todo lo feo y asqueroso que existe en el mundo. Por eso se pierden, en cada cita, por un dédalo de callejuelas huyendo de su calle, del gueto, con la ilusión de poder hablar y amarse en libertad, ajenos a cuchicheos y miradas maliciosas.

El relato se va desenvolviendo en este ambiente, hasta que la brutalidad del marido de Ifeyiwa obliga a esta a abandonar la casa familiar dirigiéndose hasta la aldea de sus padres y, cerca de ella se baja del autobús, en contra de las recomendaciones de las mujeres que van en el vehículo, que le advierten del peligro de andar a pie, de noche, cuando hay bandas de gente armada; a  poco de andar caminando hacia su aldea, cuando ya los olores de la infancia se le metían dentro de ella y la alegría volvía a enseñorearse de todo su ser, la matan.

Casi en paralelo él es despedido de la empresa y se va del barrio a una ciudad cerca del mar a meditar, a salir de sus dudas; retornando al barrio casi como un hombre nuevo, revestido y envestido de responsabilidad y compromiso.

La narración se desenvuelve la mayor parte del tiempo en el barrio, alguna jornada en la empresa, con escapadas a una exposición de pintura, a la casa de algún amigo, al taller de un pintor, a una ceremonia de una sociedad secreta; ocupando una parte importante del libro a la amada del personaje y al marido de esta. Dicha estructura le permite al autor mostrarnos la vida colectiva del gueto, con sus olores, calores y sudores y su vida insalubre;  la corrupción en las empresas; las inquietudes de los artistas como hombres del pueblo; la opinión de los amigos sobre el pasado, presente y futuro de Nigeria; la psicología de la mujer en Ifeyiwa y el machismo y brutalidad con el marido.

Dice al final el autor, en una nota aclaratoria: “En 1981 publiqué una novela titulada The Landscapes Within. Dangerous love (Amor peligroso) tiene origen en esa novela… Yo deseaba escribir una novela que celebrara tanto los pequeños detalles de la vida cuando los grandes, tanto los interiores como los exteriores. Quería ser fiel a la vida cotidiana, pero al mismo tiempo contar una historia que mereciera la pena… Pasaron muchos años hasta que recogí la materia prima, de la cual creció esta nueva obra. Amor peligroso es fruto de una gran inquietud. Espero, por lo tanto haber liberado su espíritu”.

No sabemos si a lo que se refiere es a esa defensa del compromiso y la responsabilidad. Porque eso es lo que hemos sacado en limpio. Un compromiso y una responsabilidad de la persona para laborar por un mundo mejor, por una Nigeria sin guerras, ni corrupción, sin miserias y sin desesperanzas. No es un mensaje partidista, sino un compromiso general contra una sociedad heredada del tribalismo y del colonialismo blanco; una sociedad dividida en clases donde unos, los más, tienen poco o nada y los otros, los menos, nadan en la abundancia. Y esa responsabilidad y ese compromiso de Omovo puede ser un Amor peligroso, como el dedicado a Ifeyiwa. Y una esperanza de poder derrotar a la podredumbre.
  

lunes, 27 de septiembre de 2010

Iswe Letu: Estaba él en la casa de Gallarta


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Así, en un primer momento, no lo vio. Pero estaba allí. Él. Que en el tiempo de nuestra juventud más joven siempre estuvo presente. Y si no notó su presencia lo atribuyó al olvido. Ese olvido ‘oxidado que todo lo entierra’, como escribiera el poeta chileno. Olvido que lo hiciera reflexionar a fondo y sacar al teatro de su memoria aquel episodio reciente con los objetos, personas y personajes. E incluso con el paisaje. Es decir todo o casi todo lo que rodeó el acontecimiento. Podrá parecer enumeración reiterativa, en ocasiones cansina, pero el que escribe esto cree que es necesaria para la cabal comprensión del relato.
Tiene que reconocer, y lo reconoce, que derivó su pensamiento, y en algo tenía razón, acerca de las razones por las que no había apercibido la presencia del personaje en aquella casa al cansancio de tantas horas de viaje y a la timidez que le invade y paraliza cuando entra en casa ajena. Aunque sea de unos amigos o camaradas como en este caso.
Porque, veamos: había ido con su esposa al norte de las españas con el fin de que el agasajo que se le hacía a un familiar de su mujer, concretamente su hermana, tuviera la resonancia precisa para hacerle olvidar definitivamente la grave enfermedad que había pasado y, de paso, conseguir que el ágape o comida que los concitaba fuera un recordatorio de las varias décadas de matrimonio de ese familiar, felizmente recuperado o resucitado.
Se alojaron en la casa del hermano de su esposa; es decir: su cuñado camarada, porque lo era. O eso creía él.
Cuando entró en esa casa no se apercibió de que, el personaje ya mentado, estaba allí. Y es que pocas cosas guardó su cerebro de ese instante. Pocas. Pero que es imprescindible no dejarlas de lado, por ejemplo: la moqueta, un tanto oscura, con dibujos de color marrón o morado o rojo (en esto no sabría asegurar cual de ellos era); las puertas de entrada al salón cuyos cristales vestían motivos chinos o japoneses (el que pone estas palabras no sabes diferenciar a los unos de los otros); el sofá del salón y la ventana del fondo que parecía querer enseñar a los visitantes el hermoso paisaje o deseaba que el paisaje se adueñara de la casa o tal vez anhelaba incorporarlo a la casa como un cuadro más; paisaje donde destacaba, brillando en la noche, iluminada por las luces de las farolas y otras bombillas,  la espadaña o cresta blanca de una planta que, dicho sea de paso, estaba invadiendo todos los rincones de esa tierra siempre verde; a la izquierda del hall de entrada un taquillón sostenía un reloj dorado, nada pequeño, de formas barrocas, vigilado a ambos lados por un candelabro con velas rojas; reloj que, aunque no quería contar el paso del tiempo y se había parado, daba igual, porque por encima de él un espejo, también testigo o notario del transcurrir de la vida, le devolvió a la realidad de su rostro, cada vez más viejo, luciendo un bigote cubierto ya por las nieves del otoño.

Los dueños de la casa (uno de ellos ya lo hemos presentado) eran: el hermano de su mujer y su compañera, antaño amiga de su mujer.

2-

Los dueños de la casa (uno de ellos ya lo hemos presentado) eran: el hermano de su mujer y su compañera, antaño amiga de su mujer. Una pareja muy compenetrada a pesar de sus discusiones, que las tenían como cualquier matrimonio, que nunca llegaban al río. Pareja que, todo hay que decirlo, siempre lo habían tratado muy bien. El hermano de su mujer era, más que cuñado, un camarada. Tomada la anterior palabra en el exacto sentido político e ideológico que tiene. Y no lo pensaba en vano pues le ayudó a salir en alguna ocasión de cierto aprieto con la dictadura franquista. De carácter fuerte, daba todo lo que tenía y por tanto exigía correspondencia. Su gran corazón no aguantaba las ingratitudes, o lo que él creía que eran, y por tanto no se andaba por las ramas a la hora de cantarle las cuarenta al ingrato. Es más, si no eran tales las deslealtades tardaba tiempo en desechar sus prejuicios tomados por tales deslealtades. Primero tenía que convencerse de su erróneo juicio. Para ello le daba vueltas y revueltas a veces con ironía que se apreciaba en el brillo de sus ojos y en su sonrisa sarcástica. Todo lo cual eran muestras de su moral, de sus principios, adquirida y adquiridos en la lucha obrera. Moral y principios inquebrantables por lo que la amistad no la daba así como así. Y menos ahora que tanto una como el otro, o el hermanamiento, o la camaradería, se consideran cosas banales y valen menos que el pedo de una hiena vieja.

-Pero, ¡qué dices! –le cortaba a veces su compañera- si tu no eres comunista.

-Yo soy machista leninista –respondía él con su irónica sonrisa y destello en los ojos.

Estos cortes u otros los hacía ella para limar asperezas. Porque ella era con su serenidad, con su juicio equilibrado, con su, pudiéramos decir, objetiva dulzura, lo que contrarrestaba la radicalidad de él. Por eso se conjuntaban casi a la perfección. Dicho lo anterior no quiere este narrador que se sobreentienda que quiere presentar a esta mujer como sumisa y obediente. En modo alguno. Sabía defender con perseverancia y rotundidad, si fuera menester, sus puntos de vista sin dar su brazo a torcer fácilmente.


Presentados los anfitriones prosigamos el relato.

Abrumado por las atenciones y por cada cosa que se le ofrecía a sus ojos y paralizado por la timidez innata no se dio cuenta de la presencia del personaje. Es más ni se le había pasado por la imaginación. Con todo y con eso estaba en la casa, allí, cerca de él, aunque lo descubriera más tarde.

A la cocina, situada a la izquierda del hall de entrada, se accedía por una puerta situada unos pasos más allá del taquillón; puerta cuyo cristal mostraba, esta vez, no motivos asiáticos, sino escenas del folclore vasco. Nada raro por otra parte pues la casa estaba y está en Gallarta, pueblo de la provincia de Vizcaya, enclavado en lo que, antaño, fue cuenca minera. Justo enfrente de la puerta otra daba a un balconcillo desde donde se veía el edificio denominado Museo Minero.
Gallarta es la capitalidad del municipio  Abanto y Ciérvana. Desde una perspectiva histórica, tanto Abanto de Yuso como Abanto de Suso formaron parte hasta 1805 de los Cuatro Concejos del Valle de Somorostro dentro de la comarca de Las Encartaciones. Da al Norte con Ciérvana al Noreste con Santurce, al Este con Ortuella, al Sur con Galdames y al Oeste con Musques. Gallarta es un pueblo emblemático en la explotación del mineral de hierro, cuyas vetas ya fueron citadas  por Plinio el escritor romano. No quedan explotaciones abiertas desde 1993, cuando Agruminsa cesó la extracción de mineral. Esta población se trasladó de ubicación debido al avance de las minas sobre su antigua ubicación. En el municipio quedan amplias muestras de su pasado minero. Otros núcleos de población importantes dentro del municipio son Sanfuentes y Las Carreras.
A la derecha del Museo Minero aun se notaba y se nota la acción de la piqueta sobre el terreno.
Hay que decir que allí nació la llamada Pasionaria, es decir Dolores Ibárruri que fue responsable del Partido Comunista de España y también hay que decir que en esa zona minera surgió ese partido fundado entre otros por Facundo Pérezagua.
Cuando llegaron a Gallarta era de noche y había que cenar, por lo que antes de nada pasaron a la cocina.
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Cuando llegaron a Gallarta era de noche y había que cenar, por lo que antes de nada pasaron a la cocina a preparar los alimentos que calmarían su apetito.
La cocina era una cocina alargada, algo estrecha, pero suficiente para la familia que lo habitaba: el matrimonio, un hijo y la madre de la señora de la casa. Daba,  como ya se ha dicho, a una terracilla, a la izquierda de la cual tenía unos armarios y a la derecha una mesa con dos sillas donde se sentaban a descansar contemplando el hermoso paisaje que se ofrecía a la vista. Si bien, al visitante le resultaba incómoda y le desasosegaba debido al vértigo causado por una altura de cinco pisos. Por lo que tras unos minutos de ver el espectáculo de luces a esa hora de la noche que por doquier alumbraban calles y carreteras componiendo figuras que la imaginación creaba se volvió a meter en la cocina. Mientras su cuñado y camarada cortaba filetes de carne para freírlos, la mujer de su cuñado atendía a su madre anciana de muchos años y su esposa ayudaba a su hermano, él se fijo en los detalles de la cocina: azulejos blancos con adornos azules cubrían las paredes. El blanco recogía la luz del sol durante el día distribuyéndola por todos los rincones de la estancia y el azul matizaba la blancura haciéndola si cabe aun más acogedora. Tenía de todo: lavadora, nevera, lavavajillas, armarios para el pan y otros alimentos como cruasanes, galletas, dulces… Amén de fregadero y cocina eléctrica que con la encimera de mármol, material caro pero que apenas sufre deterioro, formaban la línea divisoria entre el abajo y el arriba de esa parte de la cocina. La parte de arriba estaba ocupado por un armario alargado con varios  compartimentos donde se veían  platos, vasos, fuentes diversas. Justo encima de la cocina eléctrica se hallaba la chimenea del extractor de humos. Una mesa y varias sillas donde se sentaron los cuatro componían casxi al completo los objetos de aquella cocina. ¡Ah!, se nos olvidaba anotar el teléfono y una pequeña televisión.
Cenaron cada uno a su gusto y complacencia. Sería redundancia decir que unos más y otros menos. Pero hay que decirlo para resaltar la libertad. Una libertad que queda mermada en algunas casas para que quede subrayada la voluntad de los anfitriones en la hospitalidad por un continuo ofrecimiento de comida empujando al forastero a repetir tal o cual plato por no hacer feo a la familia de acogida. El vino, un buen vino de crianza, caldo de La Rioja Alavesa, fue el compañero cordial que ayudó a disolver carnes, lomos y chorizos en el laboratorio estomacal. Y por fin la fruta, variada, en frutero de cristal, puso color final a la cena. Recogidos cubiertos y vajilla, en la sobremesa se mezcló el orujo dulce, y el champán burbujeante con otras bebidas a las que se añadió reproches que el hermano puso encima de la mesa a la hermana. Reproches considerados por él muy próximos al agravio achacándoselos como pura deslealtad. Y que a ésta (a su hermana) le costó Dios y ayuda desenredar, o como diría Don Quijote ‘desfacer el entuerto’. Un poco ayudado por el camarada cuñado y esposo de la misma (que habló poco) y por su cuñada, antigua amiga, con su sereno y mesurado juicio.
-Pero, tú cómo puedes decirle eso a tu hermana. Estas mal de la chaveta ¿o qué?
Deshecho el enredo, se hizo un repaso del ágape o comida en honor de la hermana salvada felizmente de su grave enfermedad y tras decidir el regalo con que la obsequiarían se retiraron a descansar.
Observó en su camino hacia la cama que en el hall de entrada, a la izquierda, había una fuentecilla de alabastro de la que fluía agua cuando la luz se encendía. Y a la derecha un gran espejo a los pies del mismo una alfombra era el recipiente del calzado de calle. Y, se le había olvidado por completo, arcoirisándolo todo, desde el techo, una lámpara que llaman de araña.
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Observó en su camino hacia la cama que en el hall de entrada, a la izquierda, había una fuentecilla de alabastro de la que fluía agua cuando la luz se encendía. Y a la derecha un gran espejo a los pies del mismo una alfombra era el recipiente del calzado de calle. Y, se le había olvidado por completo, arcoirisándolo todo, desde el techo, una lámpara que llaman de araña.
Llegados a estas alturas del relato, plagado de detalles insignificantes pero imprescindibles para su cohesión, alguien podría preguntar acerca del personaje que, asegura este escribidor, y es verdad, el viajero lo halló en aquella casa. Ese personaje introducido con cierto misterio pero que no tiene, en si, nada de misterioso, ni mágico, sino al contrario es muy humano, incluso demasiado humano, según escribiera un poeta, y muy carnal y claro como la luz del día. Y no, aun no lo descubre. Porque todo aquel o aquella que haya leído este escrito tan pormenorizado en ciertos detalles comprenderá que tras tantas horas de viaje, su timidez enfermiza, la discusión de hermano y hermana, la cena, el orujo, el champán… y los diversos objetos disparando sus formas y colores al cerebro, no estaba predispuesto, él, más que para dormirse.
De modo que durmió. Si. Y soñó. Soñó con que se perdía entre colinas sin llegar a meta prevista porque se extraviaba entre un dédalo de montes y oteros, conocidos para más INRI en los que trabajaban mineros también conocidos que salían cansados de la faena, tiznados de negro carbón, delgados, hambrientos, que se unían a él perdiéndose entre vericuetos mientras sus mujeres e hijos esperaban verles aparecer con la comida en la mano y corrían a abrazarse a ellos sonriendo. Sueño entre placentero y angustioso.
La mañana siguiente, lo vio por la ventana, amaneció con algunas nubes que amenazaban lluvia. Se lavó en el cuarto de baño que, dicho sea al paso de estas letras, tenía todo lujo de detalles: taza, lavabo, bidé, bañera y toallas por todas partes: en la taza, en el lavabo, en el bidé, en la bañera; toallas de todo tipo: toallas valga la redundancia, toallitas, toallones, ¿alguna más? Pues si, pero ignora su nombre. Servicio de aseo de azulejos relucientes, sin el más mínimo atisbo de suciedad.
Volvió a la habitación y se vistió rápido. Tenían que desayunar e irse a otro pueblo donde se juntarían con otros invitados al ágape o comida en honor del ya mencionado familiar.
Mientras se vestía se fijó en la cama donde había dormido. De matrimonio. En medio de lo que llaman armario puente; es decir: dos columnas de armario o laterales, columna unidas por arriba por el altillo a modo de puente. A ambos lados de la cabecera de la cama tenía una mesilla de las que llaman de noche, con una lámpara cuyo pie era angelotes desnudos y rollizos. La habitación, con el suelo todo de moqueta, tenía una gran ventana con un radiador debajo de ella. No era una habitación grande, pero si muy cómoda. De forma cúbica no faltaba de nada, hasta tenía un televisor de plasma, una sillita para colocar la ropa, un mueble de madera con travesaños a modo de perchero y una lámpara de techo de cinco bombillas.
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La habitación, con el suelo todo de moqueta, tenía una gran ventana con un radiador debajo de ella. No era una habitación grande, pero si muy cómoda. De forma cúbica no faltaba de nada, hasta tenía un televisor de plasma, una sillita para colocar la ropa, un mueble de madera con travesaños a modo de perchero y una lámpara de techo de cinco bombillas.
Miró por la ventana. Enfrente, en el paisaje, el Museo Minero. Reminiscencia de tiempo pasado. Pasado pero aun presente en la memoria colectiva. Todos, quien más quien menos, habían sido mineros, hijos de mineros o vivieron de los mineros. Sintieron sus estrecheces, se unieron en sus luchas, confraternizaron con sus anhelos. Anhelos obreros, luchas obreras, estrecheces obreras. El concepto de clase obrera, la conciencia de clase había estado muy arraigada.
Un ejemplo aclarará lo que es eso: una vez, hace veinte años, se convocó una huelga general en la construcción; en la mañana de un día cualquiera estaban sentados en los escalones algunos obreros, descansando, mientras miraban el paisaje; en esto una mujer grita desde una ventana:
-¡Serán esquiroles! ¿Los veis? Hay huelga y están trabajando. ¡Hijos de puta!
Inmediatamente se levantaron de sus escalones y corriéndose la voz se formó una manifestación espontánea en dirección al lugar donde estaban trabajando unos albañiles. Desde lejos vieron venir la manifestación y huyeron de la obra los esquiroles.
Los que participaron en esta acción, hombres y mujeres, no tenían ningún vínculo con la huelga, los movió la conciencia de clase que resume el dicho ‘hoy por ti mañana por mi’. A 50 o 100 kilómetros de allí, en Azcoitia, municipio de la provincia de Guipuzcoa, donde también estaba convocada la huelga, en unas obras se trabajaba y en otras no; nadie se preocupó; los esquiroles siguieron currando sin que por eso las gentes de ese lugar se escandalizaran.
Esa conciencia de clase, como se ve, no está por igual en todas partes. Y puede que incluso aquí se esté diluyendo. El que esto les cuenta fue testigo, hace unos años, en un bar de Gallarta, viendo jugar una partida de cartas, de un diálogo en el que uno de los jugadores, ya mayor de edad, jubilado quizás, mostraba esa conciencia de clase  obrera, frente a un joven que ponía en primer lugar su conciencia de nación.
Ambos eran obreros. Pero uno, de mayor edad, declaraba no tener nación ni patria; y el otro, el joven, decía ser vasco, amar lo vasco, y tener una patria o nación, Euskadi, para él lo más querido. Y muy probablemente el de mayor edad hubiera venido a este pueblo a trabajar emigrando de su lugar de nacimiento; y el otro, joven, sería hijo de emigrantes.
El uno, el viejo, viviría la miseria en su tierra natal, allende los miles de kilómetros; y así mismo aquí el duro trabajo de la mina. Si en su pueblo estaba el terrateniente, el cacique, el amo de las tierras, aquí, en la cuenca minera, se halló con la empresa minera, con el socio capitalista, al que nunca conoció, pero si al listero, al capataz, al ingeniero jefe de la mina que lo siguió explotando; el otro, el joven, en cambio, se fue haciendo hombre en una sociedad cuya explotación tenía otras formas menos ácidas; y cuando su padre, en el verano, lo llevaba de vacaciones a su pueblo natal contemplaba el atraso del lugar, los menosprecios de los riquillos del pueblo y cuando de vuelta a Gallarta, a su casa, como esta en la que había dormido, en la que estaban invitados, comparaba ambas situaciones y en su fuero interno gritaría, primero ¡Gora Euskadi! Y luego ¡Gora Euskadi Askatuta!
Habría un conflicto entre padre e hijo: el padre hacía tabla rasa de diferencias: todos somos obreros, todos somos explotados, los obreros no tenemos patria. El hijo ponía énfasis en las diferencias colocándolas en el pentagrama de su pensamiento: no todo es lo mismo, hay diferencias, mi patria es Euskadi ¡Gora Euskadi Askatuta!
Quizás ese que el invitado no había visto aun en aquella casa estuviera más de acuerdo con el punto de vista del anciano que con el del joven. Incluso si el joven lo conociera, que no es seguro, se daría cuenta, a poco de indagar en el pensamiento del personaje, que ese grito no era propio de un proletario u obrero; sino de propietario autóctono o enriquecido allí. Pero eso… es otra cuestión que ha dado a la literatura revolucionaria marxista – leninista muchos textos desde que Stalin escribiera ‘El marxismo y la cuestión nacional’.
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Pero eso… es otra cuestión que ha dado a la literatura revolucionaria marxista – leninista muchos textos desde que Stalin escribiera ‘El marxismo y la cuestión nacional’.
En Artxanda, municipio y monte cercano a Bilbao, hay un restaurante llamado Simón. Hacia el se dirigieron todos para celebrar el ágape o comida en homenaje a ese familiar que se había salvado de una muerte cierta. Ese familiar era, y es, hermana de su mujer; por tanto era, y es, hermana de su camarada cuñado. El restaurante fue el lugar elegido para la celebración de la ceremonia culinaria y sentimental. Enclavado entre pinos y otras arboledas. Restaurante casi mirador desde donde se divisaba Sondica, su aeropuerto y otras poblaciones del entorno de la capital vizcaina.
Entre el arbolado numerosos merenderos ocupados por familias enteras. Niños jugaban en el césped. A la entrada del tal Simón una terraza llena de mesas, también ocupadas, bullía de gente comiendo o esperando para comer. Salían del restaurante hombres y mujeres con bandejas humeantes con morcillas, chuletas de carne o pescados llevando su deleite al estómago camino de las napias que recibían el regalo con anticipación trasmitiendo al cerebro la orden de segregar jugos. Era prácticamente un autoservicio.
Pero ellos no necesitaban servirse. Ya lo harían camareros y camareras por ellos. No en balde habían reservado mesa para de cerca de veinte personas.
Efectivamente, en la primera planta del local estaba colocada ya la mesa. Les sirvieron espléndidamente con cambios de vajillas y cubiertos por cada plato servido: hongos, ventresca de bonito, ensalada, carne asada servida en pequeños asadores, bacalao… todo ello regado por buen vino o cerveza y postres diversos. Terminando el ágape con café, copa y el que quiso puro.
No cabe duda de que el personaje ‘desconocido aun’ por los lectores y que él aun no había descubierto flotaba en espíritu sobre aquellos comensales. Todos de la cuenca minera. Descendientes de mineros. Pero ninguno minero. A saber: informáticos, delineantes, metalúrgicos, amas de casa, licenciados de telecomunicaciones, maestros de niños y dos niños. Todos de procedencia obrera. ¿Con conciencia de clase?...
Cuando apareció el ramo de rosas blancas, si rosas blancas no rojas, para la agasajada portado por los dos niños se le llenaron de lágrimas los ojos de la homenajeada y de otros muchos presentes. Momento este que fue inmortalizado por las numerosas cámaras fotográficas y móviles. Brillaron los flaxes. El grupo se movió. Quien más quien menos quiso llevarse un recuerdo de ese familiar. Luego las fotos fueron con la mujer de uno, con los niños, con la novia, con el padre, con el cuñado, con el primo… Fotos para el álbum o panteón familiar, como alguien denominó la colección de fotografías.
De vuelta a Gallarta aun pasaron por otro pueblo de esa cuenca minera para tomar la espuela; es decir: las últimas libaciones de licores, los postreras copas. Los cuatro coches que llevaron al ágape o comida, los cuatro coches regresaron sanos y salvos. Si solo fueron cuatro coches se debió a que no todos conocían la ruta hacia el restaurante. Y no por ahorrar gasolina. No. Lo decimos porque que habría seis familias y alguna de ellas tenía más de un automóvil. Y tampoco fue la crisis la que restringió el número de coches.
Y 7-
Y de regreso a la casa de Gallarta. Mañana volverían a su casa. Otra vez de viaje. Ahora a descansar del ágape. En esta Gallarta. Zona minera. Antaño. Lugar de nacimiento de Dolores Ibárruri, más conocida por La Pasionaria. Personaje cuasi mitológico de la lucha obrera y del comunismo y de la Historia de España. Antaño. Miembro que fue, destacado, del Partido Comunista. Gallarta, en la cuenca minera. Donde, antaño, naciera, como ya se ha dicho, el mentado Partido Comunista de España.
La señora de la casa, antigua amiga de su mujer, fue a atender a su anciana madre de la que ya hemos hablado. Férrea mujer cercana a los 100 años. Que había mantenido ella sola a su numerosa prole. Mujer de temple, hembra combativa, ya a las puertas de la muerte.
A diferencia del otro día, esta vez se sentaron en el salón a ver la televisión en un aparato grande, de plasma. Si bien, antes vieron en el ordenador las fotos sacadas en la comida o ágape.
El salón tenía a la parte izquierda un armario que ocupaba casi toda la pared. De madera. Color marrón. Las baldas tenían algunos libros aunque la mayor parte estaban ocupadas por figurillas alargadas y estilizadas adquiridas por la pareja en tierras exóticas donde habían pasado las vacaciones: Rusia, México, Francia, Cuba, República Dominicana, Portugal… El armario guardaba en sus cajones abundante ropa: sábanas, mantas, toallas, edredones… y en vitrinas, tras los cristales, relucían botellas, vasos, copas, platos… El salón tenía, además de piso de moqueta como la mayor parte de la casa, un tresillo y dos sillones, amplios, mullidos, acogedores; las paredes adornadas con cuadros de muy variada factura, así como otro sofá de dos cuerpos, una lámpara de suelo con amplio cílindro de pantalla de color blanco; en el techo una gran lámpara y para los pocos días de frío invernal dos radiadores. Salón iluminado de día por un amplio ventanal que daba a un paisaje siempre verde donde destacaba, enfrente, el Museo Minero, recordando un tiempo pasado que, quizás, poco a poco se olvidará. Y por doquier la cresta blanca de una planta exótica que va cubriendo todos los rincones: ocupando barrancos, invadiendo terraplenes, enseñoreándose de cunetas, adornando pinares… Y que dicen que produce alergías y otras enfermedades. Pero hace bonito y resalta a la luz del día.
Como tenían los invitados que irse al día siguiente se levantaron de sus asientos para acostarse.
Y fue entonces cuando lo descubrió. Cuando se dio cuenta de su presencia. De la presencia del personaje. Lo vio. Estaba allí. De perfil. Mirando hacia la ventana. Su rostro anguloso, decidido. ¿Qué miraba?... ¿El museo?... ¿La crisis? Quizás. Porque, efectivamente, dicen que hay una crisis. Y, habiéndola, el dirigir, por tanto, su vista hacia fuera, al exterior, a la calle sería de lo más lógico. Estaba convocada una huelga general para el día 29 de septiembre. Quedaba poco tiempo. De modo que, si las masas se levantaban en rebeldía, la calle sería un reflejo del descontento. Los gritos de los manifestantes subirían hasta el 5º piso y pudiera ser que recuperara, como en el día del Juicio Final, su cuerpo y alma originales. Cosas extrañas se ven a diario. Porque estaba allí. Lenin. En una foto o dibujo. De perfil. En un marco de 4x4. Mirando hacia la ventana. Allí estaba. Encima de la cabecera de la cama. Junto a otros objetos. Pocos. Se fijó en una matrioska antes de acostarse. Traída quizás, tal vez, a lo mejor, quién sabe…

viernes, 13 de agosto de 2010

José Mª Amigo Zamorano: Ya puede empezar la guerra



Desde el balcón el ojo balconeando, gomoso, absuelto de indiferencias, daba una lección lenguaraz a las bocas, rebosante de acontecimientos y de intervenciones y las incitaba y concitaba al blabladeo.

También en la terraza de la plaza recoleta las miradas, ahitas, empujaban a los labios en un bisbiseo imparable y desconsiderado.

Pero la noche, negra y poderosa, tapió labios y bocas hasta la llegada del alba propensa a las comunicaciones.

Así fue durante muchos siglos, tantos que se pierden en la medida de nuestra imaginación, hasta que a blabladeadores y bisbiseadores les alumbró la noche al principio con una debil lucecita de razón y luego con un potente haz de rayos deslumbradores. Entonces se consideraron iluminados de derechos y exclamaron:

-Ahora no hay corte que valga en el transcurrir del tiempo.

Y hasta en sueños la luz de la razón engendró sus monstruos.

Las blabladeados y bisbiseados desde balcones y terrazas, torturados con chismes, infundios y otras deliciosas habladurías durante el día, por la noche dormían a pierna suelta libre de murmuraciones, chismorreos, maledicencias y otras variopintas invenciones canallas.

Eran libres por la noche a la que adoraron como diosa.

Mas llegaba la aurora, brillante y enceguecedora, y los transformaba en muñecos propicios al hazmerrerir de los habituales del balcón y la terraza, gente occiosa dada a crucificar al vecino que se atrevía a transitar por el espacio donde reinaban sus ojos, gomosos, y sus miradas, ahitas.

Así fue durante cientos, miles de años, tantísimos que uno no acaba nunca a imaginárselos.

Pro un día en la negrura de la nocheles nació una leve luz en el cerebro que luego se hizo poderoso chorro de luz, alumbrando su desdicha con un halo de esperanza: la razón les parió  monstruos de defensa.

Entonces se digeron:

-Ahora no hay corte que valga en el transcurrir del tiempo.

Y hasta durmiendo la luz de la razón paría engendros de defensa.

Ya tenemos enfrente blabladeadores y blabladeados, bisbiseadores y bisbiseados.

Puede empezar la guerra.

martes, 1 de junio de 2010

Concha Barbero de Dompablo: El Don de Vivir Como uno Quiere

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(El 15 de mayo, de este año 2010, presentamos ante un numeroso grupo de familiares, amigos de la escritora y algún que otro interesado el libro 'El don de vivir como uno quiere'; de los presentes en el acto uno especialmente considerado para mi: Urbano Blanco Cea que además de buen escritor es una excelente persona. Aquí pongo las palabras que leí para ese acto; juzgadas ahora, tras los días trascurridos, me parece que sobran la mitad o más de ellas; y es que, si no se controlan, las palabras fluyen a su libre albedrío, se desbocan e inundan las riveras; pasa lo mismo con nuestra lengua que, a veces, corre demasiado, sin control del cerebro y lanza, de cuando en cuando, impertinencias de las que luego uno se arrepiente; hay un proverbio africano que ya advierte de este peligro; pero, en fin, lo que leí es esto; nada de lo dicho tengo por qué arrepentirme; si acaso su abundancia; y queda para la historia particular de la escritora y para mi)

Buenas tardes señoras y señores, damos comienzo a este acto de presentación de un libro en este espacio cultural magnífico de la Caja de Ahorros de Ávila a la que agradecemos su permiso, como agradecemos a Ana su desvelo porque todo salga bien. Me llamo José MªAmigo Zamorano y me siento muy honrado de que Doña Concha Barbero de Dompablo, la autora aquí presente, me haya pedido que sea el que abra este acto. Me acompañan los escritores D. David Lentisco y D. Tomás García Yebra que luego intervendrán con su palabra certera y precisa sobre la obra.
El libro que hoy presentamos, 'El don de vivir como uno quiere', sigue profundizando en lo que Doña Concha Barbero de Dompablo denomina 'la autoobservación' y es la continuación de su anterior libro. En 'El Don de vivir como uno quiere' desarrolla, sobre todo, lo esencial del capítulo que en su primer libro denomina 'Tienes ilusiones y proyectos'.
Se dice que está compuesto con textos escritos 'en momentos de inspiración y de especial sensibilización'. De modo que el libro no es un tratado, o ensayo, seco y árido, extraido de su intelecto sin emoción, sin vida, sino que nace de sus más profundas entrañas espirituales. Es sincero, tiene vida. Late en él la persona que lo escribe. Son datos muy importante, creemos, sin los cuales pocos libros resiste el paso del tiempo.
Se podría abordar desde distintos ángulos: el pedagógico, el psicológico, el filosófico... Nosotros queremos referirnos aquí, solo a la utilidad  del libro y de paso subrayar su valor literario. 
Ya la introducción se abre con una cita del escritor alemán Hermann Hesse que reza así: 'Los libros sólo tienen valor cuando conducen a la vida y le son útiles'. 
Cita atinadísima ya que deberíamos plantearnos, cuando abrimos un libro, con intención de leerlo o comprarlo, que para qué podria servirnos. Tenemos bastantes en las estanterías de nuestras bibliotecas particulares e incluso hemos leído numerosos, de los cuales muchos de ellos no nos sirven para nada. De esto ya se hacía eco Cervantes en El Quijote.
Bueno, pues este libro de Doña Concha Barbero de Dompablo puede servirnos de guía para encauzar la vida. No la vida en general. Sino la nuestra. La propia. La particular. Puede llevarla por derroteros que nosotros queramos y no perdernos por andurriales que la casualidad, las circustancias, el azar, la suerte, las personas del entorno o... o ¡vaya usted a saber!... quieran dirigirnos. Que seamos nosotros mismos, como decía Luis Vives a Erasmo de Roterdam, los autores de nuestro destino.
Y es que el azar, la carambola, la potra, el ambiente... como ustedes quieran denominarlo... tienen una gran fuerza. La mayor parte de las veces es imperceptible. Este poder, que ha sido  bautizado con numerosas palabras: sino, fatalidad, estrella, hado, destino, casualidad, ventura, chiripa..., moldeador por encima de nosotros y muchas veces a pesar o en contra de nosotros, lo descubrimos, ya tarde, leyendo, al azar nunca mejor dicho, la novela (Un hombre bueno en Africa) 'A Good Man in Africa' de William Boyd. Novela que hemos vuelto a recordar leyendo 'El don de vivir como uno quiere' que estamos presentando.
En la novela que citamos, un hombre blanco, inglés, segundo en jerarquía de un consulado en Africa al que nunca, ni por asomo, hubiera pensado ir, se ve envuelto, sin querer, entre las ambiciones de un político nativo corrupto; las ocurrencias de su jefe consular, a las que no sabe decir que no, las relaciones con la esposa del político nativo citado, que le salen al albur, el cadáver insepulto de una sirvienta africana del consulado del que tiene que hacerse cargo sin desearlo y su actuación a regañadientes como Papa Noel y otras varias peripecias. Es un sinvivir que casi lo vuelve loco, un trajinar estresante a causa de no saber decir no a las cosas más peregrinas que le encargan. Hasta que se revela. Y entonces, si, se planta y dice hasta aquí hemos llegado y comienza a ser él. Y las cosas le salen mucho mejor. 
De lo que trataba la novela, o eso sacamos en conclusión, es del poder conformador de la contingencia, del azar, de lo imprevisto, del albur, y similares que ya hemos nombrado, en la vida de los seres humanos. Porque, efectivamente, hay muchísimas personas, como el protagonista, que se deja llevar, nos dejamos llevar, por los acontecimientos sin oponer resistencia. De modo que, poco a poco, nos vamos yendo, por senderos que nunca hubiésemos pensado transitar. Es más, los sueños, las ilusiones, los más íntimos deseos, nos pedían, dirigirnos por otros caminos, esos que Concha en su libro nos anima a seguir porque 'estamos capacitados para alcanzar el sueño de vida'. 
Por ejemplo, un servidor de ustedes, para qué hablar de otros, de muy joven (hasta esos remotos tiempos me ha hecho retrotraerme Doña Concha Barbero de Dompablo), quería ser granjero, tener un gallinero propio; pero mi familia dijo que no, que verdes las han segado, y yo me quedé sin poder realizar mi cacareado deseo, qué se le a hacer; más tarde, estudiando magisterio, logramos tener una página juvenil, en un diario de Zamora y allí escríbiamos, cada 15 días, Antonio Casado (hoy muy connotado periodista) y yo; soñábamos con ser, eso, periodistas; y él se fue a examinar a Madrid y lo suspendieron; mas no se amilanó y se metió en la escuela de periodismo que tenía el diario YA y que fundó un obispo, Herrera Oria (de esto, creo, sabrá más D. Tomás García Yebra); y Antoñito Casado terminó de periodista eximio porque dice la autora, y cito textualmente: 'hay personas firmes en sus convicciones que saben muy bien cual es su vocación y se oponen a directrices familiares, sociales o culturales, llegando a ser lo que desean'..
Bueno, pues yo no,  y al ver el cero de Casado, me espanté abandonando esa ilusión. Me dejé llevar por el pesimismo sin luchar. 
Y hoy estaría, a lo mejor, hablando o escribiendo, todo el santo día, de la Santa Transición y de sus beatos protagonistas. O distrayendo al personal de sus inquietudes por el paro, las hipotecas y demás angustias, con isabeles pantojas o belenes estébanes y otros especímenes de la fauna patria alabando sus ocurrentes tonterías como si de genialidades se tratara, mientras en mi oído sonaría el tintineo gozoso del dinero que recibíría por decir o escribir sobre semejantes bobadas. 
Y, fíjense, yo, ahora, puedo exclamar ¡Qué horror, monaguillo de diarios y teles! o ¡Qué espanto, un servidor cuidador de gallinas! Pero mi exclamación de horror, o de espanto, nace porque el albur, el hado, el acaso etc. etc, me ha modelado así, como ahora soy. Me ha ido transformando a su capricho y encaminado mi pensamiento de acá para allá hacia estos espantables rechazos.
Debido a ese dejarse llevar, o a ese buenismo, del que estamos algunos creados, el azaroso e imprevisible vaivén del mundo va labrando con paciente labor nuestra carne y nuestro espíritu, arañándolos, hasta vernos transformados en otra cosa que no estaba plasmada en el programa de nuestras ilusiones. Esa cosa que puede ser un guiñapo humano o bien otra persona que, al final, se adaptó como un sancho panza al devenir sorprendente viviendo feliz. Y comiendo perdices. 
En fin, decía Goethe en su magnífico Fausto, en traducción de Cansinos Assens, que 'nuestros hechos nos amargan la existencia'. No las obras de otros, no; sino las realizaciones propias, las nuestras. Bueno, pues para no amargarnos y decir basta al viento del azar, del destino, del que dirán, del común denominador etc, etc,  el libro de Concha viene muy bien, que ni pintiparado, al descubrirnos, como nos descubre, ese poder de elección y decisión que tenemos para decir basta y ser feliz, para romperle la crisma al más atrevido azar, a la más osada eventualidad. Es un buen antidoto 'El don de vivir como uno quiere' y su lectura una buena inmersión en nosotros mismos. Sin duda.

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Queríamos subrayar el valor literario de la obra de Concha, pues puede correr el riesgo de quedar reducido, su libro, a una obra de autoestima. Y es algo más: un libro valiente, sincero, veraz; vibra una persona, late un espíritu; y se nota un trabajo concienzudo para colocar en el lugar preciso, en el momento oportuno el yo o el nosotros de manera notabilísima: el yo de ella con el nosotros a los que nos dirige la palabra, para demostrar, mostrándonos, que su experiencia quiere compartirla con los demás; es su manera de llevar a la práctica el desasimiento, el desprendimiendo, la generosidad, el amor que predica; y lo defiende, así, con hechos, dejándonos su experiencia, por si pudiera servirnos, en contra del egoismo, en contra del todo para mi, que invade el entorno y el contorno y lo corrompe; subrayamos el valor literario también porque vemos utillizar en numerosas páginas un lenguaje muy cercano a la poesía o a la metáfora poética; en la musicalidad de las palabras; en un lenguaje limpio, rítmico en ocasiones, naciéndole de si como agua de manantial.
En su existir, subyugada por lo que le rodea, asomada a su mirador, inclinada en su atalaya, le viene rondando a  la cabeza un aleteo de ideas que va cogiendo al vuelo. Abre un hueco para que todas ellas vayan posándose con serenidad; es como amarrar un torrente; como controlar sus emociones sin dejar estrangular su espontaneidad, porque los frenos -dice- paralizan el ímpetu de arcoirisados destellos. Hay que conocer -añade - el haz y el envés de la vida, abrir la cortina de las posibilidades, desterrando la ociosidad que es la carcel donde se encierra la rutina preñada de un vaiven de preocupaciones que chirrían por doquier; ella, a su modo, desea rasgar la cortina de la uniformidad, desenredando sus tramas. Concha, para dar frescura a la existencia, abre un rincón de esperanza, meciéndose suavemente en las dulzuras de esa misma esperanza, dejándose acunar por el movimiento de la vida, espolvoreando de ilusión el mundo, moviendo los hilos que la enganchan a la vida. Luego, no deja que su entusiasmo se convierta en humo y su idea se la lleve el viento y con el sentido del humor, la alegría y el optimismo, que son refrescos para la imaginación, se anima a soltar las cadenas, a romper amarras, a salir del remolino, aunque cueste, distorsionando la calma existencial,  proyectando una nueva imagen; y si dibujamos fantasías -nos dice convencida de sus gozosas consecuencias-  nos advendrá una racha de alegría, o tal vez alguna ráfaga de agradecimiento, y así recorreremos el sendero de la vida, percibiendo su silbido melodioso, que producirá un hormigueo en el estómago; en realidad son mieles de la vida plena, pequeñas pinceladas de euforia; todo ello contribuye a que Concha Barbero de Dompablo esté seducida por su propia existencia. Y nos lo contagie a  los lectores.

Foto de la izquierda: Tomás García Yebra, Concha Barbero de Dompablo, José Mª Amigo Zamorano, David Lentisco
Foto de la derecha: Concha Barbero de Dompablo
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jueves, 27 de mayo de 2010

Omar Khayyam: Bebe Mientras Puedas (*)

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Bebe, amigo, mientras puedas, el vino embriagador.

Irás luego a dormir la mona para siempre en tierra.

Allí no tendrás confidentes, ¡ni amantes, ni nada!

¡Sé discreto! Y no divulgues por ahí este secreto:

una vez muerta, ya no abrirá la flor sus pétalos,

¡nunca, nunca jamás! Brillo, frescura, esplendor...

¡estarán perdidos para siempre! Si, para siempre.

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(*) Versión sacrílega de una rubayata de Omar Khayyam

-*-*-


lunes, 24 de mayo de 2010

Omar Khayyam: Oled el Suelo de la Taberna (*)

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Cuando Muera, purificad mi cuerpo con vino. 


Y recordadme, asi, con la copa desbordante.




Y si deseárais hallarme en el último día de los siglos,


tras del cual nada más habrá, ni aurora ni atardecer,


esa jornada que llaman Eximio Día del Juicio Final, 


oled con sumo detenimiento el suelo de la taberna: 


camaradas y amigos, estaré sin duda con vosotros.

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(*) Título y versión propia

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viernes, 21 de mayo de 2010

Omar Khayyam: Meapilas Austeros (*)

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¡Camarada, oye este consejo! Hazte burro siempre que estés entre burros,

esos meapilas austeros, de proverbial ignorancia, pero que se consideran

detentadores de la ciencia, con el privilegio de todos los conocimientos.

Aprende pronto: todo aquel que no se adapte al nivel de sus burradas,

burro de verdad, será denunciado como ateo, irreverente, contrario a Alá.

Tal como hoy dia las religiones tratan a aquellos que no siguen sus tonterías.

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___________

(*) Título y versión, libre, nuestra

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martes, 4 de mayo de 2010

Omar Khayyam: Vino y Fugacidad (*) (1) -dos rubayatas-

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1.


La vida sigue. ¿Qué sabes de Balk y de Bagdad?
El menor roce es letal a la rosa demasiado tierna.


Bebe vino y mira la luna; trata, si puedes, de recordar
a las muertas civilizaciones que alumbró en su apogeo.

2.


Escucha lo que la Sabiduría te repite cada día: 
la existencia es breve.


En nada eres semejante a las plantas que retoñan 
después de podadas.


(*) Título nuestro
(1) Versión libérrima

viernes, 30 de abril de 2010

Antonio Jiménez Pericás: La Cuenta y la Lista / Kontua eta Zerrenda

  .
No cuentes nunca cuanto tu vida dura
ni la distancia de la mar cuentes
ni la tortura cuentes
pero cuenta con la esperanza.
(Ez konta sekula zeure bizitzarik
haren luzeera, ez itsasorik konta
zabalberan, torturarik ez konta
halabaina izan esperanza kontuan)

Pasa la lista de los hombres
uno a uno que ni uno falte
La lista de los besos que ya diste
no te sirve. Solamente la lista de los hombres.
(Konta banan banan pasa gizonen zerrenda
ez diezaiala batek hutsegin
Emandako musuen sailak ez dik
balio iada. Soilik gizonen zerrenda)

La mar se mide por los ahogados
y rumbos que no conoces
se mide la mar con barcos perdidos
España se mide ssólo con sus pobres
(Itoez duk itsasoa neurtzen
ezagun ez diren norabideez
han galduriko untziez
Aldiz Espainia soilki bere txiroez)

midiéndose se anda en cuerdas de presos
desmesurada España tan sin cuenta
y hombres sin medida. Desmidiéndose
su aceite y su vino y el temple del acero
(presoen soketan dabil nuertzen bere burua
tamaina bariko Espainia hau hain neurtezina
eta tenturik gabeko gizonena. Galtzen
bere olio, ardo eta altzairuzko tenplea

Pasa la lista de los hombres
por si vinieran todos. Por si todos
por aquí pasaran. Pasa lista.
No cuentes malvas. Qué importa el pasado
(Pasa gizonen zerrenda baldin dena
etorrikobalira era. Baldin denak
pasako beliren. Pasa zerrenda.
Ez izarrik konta. Zer ajola dik iraganak)

Hay cosas que no se miden
que no hay que decir en la lista
Los ahogados no regresan. Ni el ahogado
sobrenada. No calienta un sol retrocedido
(Zertasn neurtuezkoak badira
zerrenda aipa ezinezkoak
Iheslaririk ez dator atzera. Itorik
ezin da urgainditu. Ez eguzki atzeratuak berotu)

Cuenta los hombres con el agua hasta el cuello
o con la tierra que la cuenta fertiliza.
Los años no. No restes a la cuenta
ni las olas sumergidas en la arena
(Ura leporaino duten gizonak
edo lurrarekin kontua bizitu dutenak
konta. Urteak ez. Ez kendi zerrandari
hodarretan azpiraturiko uhinik ere)

No te pares cuando cuentes
cuenta al paso y la estatura pones
y la fuerza. No pierdas el pulso contando
haz gabilla haz suma y futuro.
(Ez geldi kontatzean
pasaera konta eta jarri estatura
eta indarra. Ez pultsurik galdu kontatzen
egin azaoak egin batuteka eta futuroa.)

-De 'Burgos Prisión Central', publicado en París por 'Ediciones de la Librairie du Globo', 1965-

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(Del poemario "Antología Poética Vasca" (1) -Frankismoaren biktimei eta askatasunaren aldeko borrokariei omenaldia-", páginas 120, 121, 122, 123; Ediciones Vanguardia Obrera, S.A. //ya desaparecida//; calle Libertad, 7 tercero-derecha, Madrid 1987; traducción al euskera: Jon Arzallus Eguiguren (2); ISBN: 84-96293-38-3; D.L.: M-11182-1987; imprime: Gráficas Maluar, Sdad. Coop. Ltda)
(1) Antología dentro del 'Homenaje a las Víctimas del Franquismo y a los Luchadores por la Libertad'
(2) Que este poema sirva además para recordar la labor de Jon Arzallus Eguiguren quien tantos poemas tradujo y que no ha sido nombrado como se merece.