La madre antigua rejuvenece esperando su llegada.
Remos lentos, rítmicos, melodiosos, cual estrellas fugitivas, avanzan a su encuentro.
Espera ver pronto su semblante en medio de la charla y floración de los pañuelos.
Pide un momento de dicha, un instante de calma, para su desconsolado sufrimiento.
Ese sufrimiento, que se le va a hacer, está absolutamente libre de esperanzas.
Brilla rojo, con rojiza generosidad, el sol. Como es costumbre en el sol de África.
La esperanza también enrojece: siempre enrojece... hasta el último momento.
Espera verla pronto aparecer y florecer entre la muchedumbre de sonrisas y pañuelos.
Remos lentos y melodiosos, generando chispazos en huida, avanzan a su encuentro.
Asoma en lo alto de cubierta. Baja. La bajan del barco. A su hija. Con sumo cuidado.
La ven: confirmada su hermosura, reafirmada de ese modo la belleza de su tez oscura...
Pura, atenuada morenez, pálida, casi blanquecina, helada... yerta. Tras el cristal del ataúd.
Pura, atenuada morenez, pálida, casi blanquecina, helada... yerta. Tras el cristal del ataúd.
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