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lunes, 5 de marzo de 2007

José Luís Morante reseña el libro 'Árboles en la música'


JOSÉ LUIS MORANTE RESEÑA EL LIBRO ‘Árboles en la música’

Título: Árboles en la música
Autora: Amparo Amorós
Editorial: Calima Ediciones
Ciudad: Palma de Mallorca
Año: 1995

Hasta la fecha, toda la obra de Amparo Amorós, excepto ‘Quevediana’ –tercera entrega y libro heterodoxo, pese al aparente clasicismo formal por la utilización continua del soneto-, que es punto y aparte irónico, irritado y catártico, donde resuena el conflicto de lo individual sobre lo colectivo, y donde se recurre a temas y referentes lingüísticos propios, nace de una premisa clave del acto de la escritura. El impulso básico de la creación es la idea de la realidad trascendida, la búsqueda de lo latente en lo representado. No interesa la descripción de cualidades ni la apariencia sensorial de las formas, sino lo que sugieren, la pluralidad conceptual que se extiende más allá del contorno y de las formas. Mas que la casuística de las imágenes se introspecciona el sentido.
La materia que definen los versos es una simple unidad organizativa, en tanto el poeta ocupa, en primer término, el lugar privilegiado de un médium que intuye en su interior una revelación natural y canaliza en palabras, para –según la conocida hipótesis de Mallarmé- dar un sentido más puro al lenguaje de la tribu.
La poesía sería el adecuado cauce verbal de un estado de conciencia, de una intuición en forma de respuesta. Pero no solo eso, además de instrumento expresivo, el lenguaje cumple una función metapoética e interesa a si mismo como materia de estudio, fuera de sus significados convencionales.
En un registro semejante se inscribe ‘Árboles en la música’, un poemario intenso, editado con mimo y pulcritud, que se presenta con una sugerente ilustración en cubierta de Paul Klee.
El libro agrupa 17 composiciones, generalmente largas, con página separatoria de titulación, para resaltar de facto el grado de independencia de cada una de ellas, pese a la evidente coherencia tonal. Muchas son inéditas, y otras se adelantaron en ‘Visión y destino’, libro compilatorio de su itinerario poético, publicado en 1992.
El índice además recoge anotaciones particulares –procedencia y autor- sobre los detonantes musicales de cada una de las composiciones. Según confiesa la propia autora, la música es arquitectura, suscita en el oyente una emoción mental. En ese clima –y en concreto en la audición de las ilustres piezas detalladas- se ha levantado la casa natural de la palabra. La percepción sonora enciende y crea el espacio interior propicio ante el folio en blanco:
“Porque con cada acorde le crece a cuando vive
Un bosque que desea tocar cielo, aún a costa
De su propio durar
…” (Página 9)
Ese espacio interior es depurativo y busca en su desarrollo una erradicación esencializada del yo. El sujeto poético simplemente transcribe, objetiviza un tiempo suspendido, receptivo recrea la actitud de la materia en la que se diluye. No interesan las circunstancias biográficas concretas, las coordenadas temporales y espaciales que sitúan la experiencia vivida, sino la esencia misma del sujeto, el ser, el sustrato común que permanece. Solo interesa el recuerdo en tanto se transforma en materia literaria.
La atemporalidad de esa poesía se convierte en rasgo definitorio porque recoge el subjetivismo de una realidad mutable, siempre presente y siempre renovada.
Decíamos que en todo el libro también está presente, en primer lugar el lenguaje. Hay una profusa selección connotativa en los títulos poemáticos, casi esquemáticas propuestas temáticas: el don, el vínculo, la herencia, le precio, la noticia… sustantivos cuyo nivel verbal sobrepasa la plena vigencia de los significados.
‘Árboles en la música’ propone un escenario de símbolos concretos. Podríamos establecer una primera correspondencia entre el árbol y el poema. Si el árbol es puente natural entre el suelo y la altura y unifica el geotropismo de las ramas y la interiorización de la raíz, el poema es al mismo tiempo impulso interno y vuelo, conocimiento y plenitud real del sujeto. Del mismo modo existe un vínculo entre palabra y semilla, primer estadio de un proceso de realización, en su albores simple estadio especulativo, que al cabo del tiempo halla liberación y se consolida. Y hay otro simbolismo evidente entre el leño que arde y la existencia, o entre la muerte y la ceniza.
La crítica ha etiquetado, con cierta uniformidad, la mirada estética de Amparo Amorós bajo el epígrafe ‘Poesía del Silencio’, una tendencia iniciada a comienzos de los ochenta, en pleno declive de la estética novísima, en la que persevera una tradición que tiene en María Zambrano, Francisco Brines y Juan Gil Albert, parentescos cercanos. Esta poesía de la meditación es indagatoria y establece un territorio común entre filosofía y poesía.
En ella percibimos una apropiación de elementos primigenios, de aquellos materiales nutricios –el agua, el fuego, el aire…- donde los presocráticos intuían el origen del mundo. Tales elementos nuclean una cosmogonía y exigen nuevas perspectivas lectoras que rebasan los límites concretos de cada libro y necesita de una nueva disposición. La lectura temática de la obra de Amparo Amorós delimitaría una constelación cosmogónica. Su poesía nace de una mirada visionaria de la elementalidad, una visión global, prelógica y abierta, llena de correspondencias, relaciones y simetrías.

José Luis Morante, nacido en un pueblo de Ávila, profesor de literatura en Rivas Vaciamadrid, es poeta y crítico.

(de la página VII de ‘Fontana Sonora’, suplemento de ‘Caminar Conociendo’ nº 5 de julio de 1996)

miércoles, 14 de febrero de 2007

José Luís Morante: 'El Mejor Viaje'


La impronta de Borges -nos dice el autor- cambió el concepto de viaje; si antes -con Salgari, Kipling, Saint-Exupery y Kerouac- se necesitaban cualidades físicas y mentales especiales, ahora podemos recorrer el mundo en una biblioteca; pues bien, muy cerca de este concepto se halla López Vega, un joven poeta asturiano de Llanes que dirige con Almuzara la revista Reloj de Arena; ambos son miembros de la tertulia Oliver, notable vivero de jóvenes poetas en torno al poeta y crítico extremeño J. L. Martín García, cuyos nombres, aparte del desaparecido Victor Botas, suenan así: José Luis Piquero, Xuan Bello y Silvia Ungidos.

Reseña de libro, por José Luis Morante.

Título: Travesías
Autor: Martín López-Vega
Editorial: Renacimiento
Ciudad: Sevilla
Año: 1996
Páginas: 103

Travesías es un poeamrio bastante extenso que agrupa casi 50 composiciones escritas entre 1994 y 1995, generalmente breves. Está configurado en 5 secciones, epilogadas por un texto en prosa, un conjunto de notas plagado de referencias: versos de María Leitao y Sandro Penna, evocaciones de Li Po, Jan Lechon, o Pestelli, numerosos topónimos de viajes imaginarios a lejanos paises, o a discretos escenarios de la memoria, y significativas dedicatorias personales.

La primera sección 'Postales', se abre con una cita de Eugenio de Andrade. El poemario prologal 'Al comenzar el día' agrupa buena parte de las perpectivas y herramientas que utiliza la mirada de López-Vega en la conformación del poema: su poética tiene como argumento la descripción de un tiempo cotidiano que enaltece pequeños paraísos de los que el yo hace frecuentes enumeraciones -la presencia de una camarera, los sonidos de jazz, la impresión del color y la textura de una cabellera evocada por uno de sus versos- y se enmarca en un tono reflexivo que colecciona instantes y preguntas, en versos de amplia polimetría, que enlazan con distintas tradiciones. Los primeros versos son una cercana referencia a Borges y dan pie a las preocupaciones inmediatas de un sujeto poético, común y reconocible, que vive en los espacios de la melancolía del domingo, que recorre una cafetería y recuerda con complicidad otros versos que hablaban de un instante parecido.

Las viviendas soñadas, los días vividos en la piel de una biografía imaginaria, subliman y otorgan sentido a una vida real mucho más monocorde. Esa parecer ser la función de la literatura: ayudar a cimentar una existencia plena que trascienda el pálido reflejo de una realidad inconsistente. No hay otros paraísos que los de la memoria, pero estos pueden visitarse con frecuencia.

Hay composiciones que recrean historias aparentemente banales: el paseo del parque contemplando niños y palomas, la solemne visión de la catedral bajo una lluvia oblicua, al remembranza de imágenes amarillentas y momentos áureos de los días de infancia, la audición de unas notas musicales. Son precisamente esas historias de trivial contenido, esas imágenes de la propia vida, en las que mejor se reconoce el poeta:

"no deja de ser extraño
que justamente,
cuando la vida se va de vacaciones
y solo entonces, venga a visitarnos la vida".

Otras composiciones amplifican motivos clásicos: la certeza de un tiempo cíclico y sucesivo, donde sombras e instantes se repiten, las conexiones que entrelazan vida-literatura, y la tabla de salvación, en el naufragio de la fugacidad, de la escritura que da sentido en el simpel borrador de un poema a una jornada porque la mantendrá inalterable en la memoria. Parece qeu la felicidad es posible, porque en muchos casos no consiste en la posibilidad de mantener ilesa una costumbre.
Todo libro posee un abundante repertorio culturalista -un hecho que empeiza a ser sintomático en las últimas promociones líricas-, un renacido revival novísimo que contiene citas en idioma original portugués o francés, e incorpora al poema nombres propios llenos de prestigio literario, anotaciones y préstamos de poemas ajenos. Pero el aporte culturalista de López-Vega no es collage aleatorio, es un rasgo de estilo, un recurso expresivo, que aletrna con otros como el monólogo dramático -en ocasiones con gran carga emotiva, como en los versos del poema 'El engaño', dedicado a Victor Botas-, junto a composiciones casi aforísticas o epigramáticas, de las que 'Certeza' sería un buen ejemplo.

Como afirma el poeta 'todos los libros que comienzan en unos versos concluyen en ciudades y tiempos que existen solo en el recuerdo'. Cada itinerario, propne un viaje. Ese continuo caminar requiere un solitario y esforzado pasajero que es capaz de descubrir, al concluir con éxito las diversas estaciones del camino, que en un lugar de llegada, más lejano o más próximo, con preferencia está -estaba- en nosotros mismos.

La conclusión propuesta la compartimos todos: el autoconocimiento es el último andén y desvela la plenitud del viaje. Vada trauecto, cada imposible travesía, enriquece las estanterías del pequeño museo donde se exponen nuestras señas de identidad.

José Luis Morante es profesor de literatura, poeta y crítico literario en divversos medios de comunicación entre los que destaca 'Cuadernos Hispanoamericanos'.


(Tomado de la revista 'Caminar Conociendo', nº 5, pag. 30 de julio de 1996)