JOSÉ LUIS MORANTE RESEÑA EL LIBRO ‘Árboles en la música’
Título: Árboles en la música
Autora: Amparo Amorós
Editorial: Calima Ediciones
Ciudad: Palma de Mallorca
Año: 1995
Hasta la fecha, toda la obra de Amparo Amorós, excepto ‘Quevediana’ –tercera entrega y libro heterodoxo, pese al aparente clasicismo formal por la utilización continua del soneto-, que es punto y aparte irónico, irritado y catártico, donde resuena el conflicto de lo individual sobre lo colectivo, y donde se recurre a temas y referentes lingüísticos propios, nace de una premisa clave del acto de la escritura. El impulso básico de la creación es la idea de la realidad trascendida, la búsqueda de lo latente en lo representado. No interesa la descripción de cualidades ni la apariencia sensorial de las formas, sino lo que sugieren, la pluralidad conceptual que se extiende más allá del contorno y de las formas. Mas que la casuística de las imágenes se introspecciona el sentido.
La materia que definen los versos es una simple unidad organizativa, en tanto el poeta ocupa, en primer término, el lugar privilegiado de un médium que intuye en su interior una revelación natural y canaliza en palabras, para –según la conocida hipótesis de Mallarmé- dar un sentido más puro al lenguaje de la tribu.
La poesía sería el adecuado cauce verbal de un estado de conciencia, de una intuición en forma de respuesta. Pero no solo eso, además de instrumento expresivo, el lenguaje cumple una función metapoética e interesa a si mismo como materia de estudio, fuera de sus significados convencionales.
En un registro semejante se inscribe ‘Árboles en la música’, un poemario intenso, editado con mimo y pulcritud, que se presenta con una sugerente ilustración en cubierta de Paul Klee.
El libro agrupa 17 composiciones, generalmente largas, con página separatoria de titulación, para resaltar de facto el grado de independencia de cada una de ellas, pese a la evidente coherencia tonal. Muchas son inéditas, y otras se adelantaron en ‘Visión y destino’, libro compilatorio de su itinerario poético, publicado en 1992.
El índice además recoge anotaciones particulares –procedencia y autor- sobre los detonantes musicales de cada una de las composiciones. Según confiesa la propia autora, la música es arquitectura, suscita en el oyente una emoción mental. En ese clima –y en concreto en la audición de las ilustres piezas detalladas- se ha levantado la casa natural de la palabra. La percepción sonora enciende y crea el espacio interior propicio ante el folio en blanco:
“Porque con cada acorde le crece a cuando vive
Un bosque que desea tocar cielo, aún a costa
De su propio durar…” (Página 9)
Ese espacio interior es depurativo y busca en su desarrollo una erradicación esencializada del yo. El sujeto poético simplemente transcribe, objetiviza un tiempo suspendido, receptivo recrea la actitud de la materia en la que se diluye. No interesan las circunstancias biográficas concretas, las coordenadas temporales y espaciales que sitúan la experiencia vivida, sino la esencia misma del sujeto, el ser, el sustrato común que permanece. Solo interesa el recuerdo en tanto se transforma en materia literaria.
La atemporalidad de esa poesía se convierte en rasgo definitorio porque recoge el subjetivismo de una realidad mutable, siempre presente y siempre renovada.
Decíamos que en todo el libro también está presente, en primer lugar el lenguaje. Hay una profusa selección connotativa en los títulos poemáticos, casi esquemáticas propuestas temáticas: el don, el vínculo, la herencia, le precio, la noticia… sustantivos cuyo nivel verbal sobrepasa la plena vigencia de los significados.
‘Árboles en la música’ propone un escenario de símbolos concretos. Podríamos establecer una primera correspondencia entre el árbol y el poema. Si el árbol es puente natural entre el suelo y la altura y unifica el geotropismo de las ramas y la interiorización de la raíz, el poema es al mismo tiempo impulso interno y vuelo, conocimiento y plenitud real del sujeto. Del mismo modo existe un vínculo entre palabra y semilla, primer estadio de un proceso de realización, en su albores simple estadio especulativo, que al cabo del tiempo halla liberación y se consolida. Y hay otro simbolismo evidente entre el leño que arde y la existencia, o entre la muerte y la ceniza.
La crítica ha etiquetado, con cierta uniformidad, la mirada estética de Amparo Amorós bajo el epígrafe ‘Poesía del Silencio’, una tendencia iniciada a comienzos de los ochenta, en pleno declive de la estética novísima, en la que persevera una tradición que tiene en María Zambrano, Francisco Brines y Juan Gil Albert, parentescos cercanos. Esta poesía de la meditación es indagatoria y establece un territorio común entre filosofía y poesía.
En ella percibimos una apropiación de elementos primigenios, de aquellos materiales nutricios –el agua, el fuego, el aire…- donde los presocráticos intuían el origen del mundo. Tales elementos nuclean una cosmogonía y exigen nuevas perspectivas lectoras que rebasan los límites concretos de cada libro y necesita de una nueva disposición. La lectura temática de la obra de Amparo Amorós delimitaría una constelación cosmogónica. Su poesía nace de una mirada visionaria de la elementalidad, una visión global, prelógica y abierta, llena de correspondencias, relaciones y simetrías.
José Luis Morante, nacido en un pueblo de Ávila, profesor de literatura en Rivas Vaciamadrid, es poeta y crítico.
(de la página VII de ‘Fontana Sonora’, suplemento de ‘Caminar Conociendo’ nº 5 de julio de 1996)
Título: Árboles en la música
Autora: Amparo Amorós
Editorial: Calima Ediciones
Ciudad: Palma de Mallorca
Año: 1995
Hasta la fecha, toda la obra de Amparo Amorós, excepto ‘Quevediana’ –tercera entrega y libro heterodoxo, pese al aparente clasicismo formal por la utilización continua del soneto-, que es punto y aparte irónico, irritado y catártico, donde resuena el conflicto de lo individual sobre lo colectivo, y donde se recurre a temas y referentes lingüísticos propios, nace de una premisa clave del acto de la escritura. El impulso básico de la creación es la idea de la realidad trascendida, la búsqueda de lo latente en lo representado. No interesa la descripción de cualidades ni la apariencia sensorial de las formas, sino lo que sugieren, la pluralidad conceptual que se extiende más allá del contorno y de las formas. Mas que la casuística de las imágenes se introspecciona el sentido.
La materia que definen los versos es una simple unidad organizativa, en tanto el poeta ocupa, en primer término, el lugar privilegiado de un médium que intuye en su interior una revelación natural y canaliza en palabras, para –según la conocida hipótesis de Mallarmé- dar un sentido más puro al lenguaje de la tribu.
La poesía sería el adecuado cauce verbal de un estado de conciencia, de una intuición en forma de respuesta. Pero no solo eso, además de instrumento expresivo, el lenguaje cumple una función metapoética e interesa a si mismo como materia de estudio, fuera de sus significados convencionales.
En un registro semejante se inscribe ‘Árboles en la música’, un poemario intenso, editado con mimo y pulcritud, que se presenta con una sugerente ilustración en cubierta de Paul Klee.
El libro agrupa 17 composiciones, generalmente largas, con página separatoria de titulación, para resaltar de facto el grado de independencia de cada una de ellas, pese a la evidente coherencia tonal. Muchas son inéditas, y otras se adelantaron en ‘Visión y destino’, libro compilatorio de su itinerario poético, publicado en 1992.
El índice además recoge anotaciones particulares –procedencia y autor- sobre los detonantes musicales de cada una de las composiciones. Según confiesa la propia autora, la música es arquitectura, suscita en el oyente una emoción mental. En ese clima –y en concreto en la audición de las ilustres piezas detalladas- se ha levantado la casa natural de la palabra. La percepción sonora enciende y crea el espacio interior propicio ante el folio en blanco:
“Porque con cada acorde le crece a cuando vive
Un bosque que desea tocar cielo, aún a costa
De su propio durar…” (Página 9)
Ese espacio interior es depurativo y busca en su desarrollo una erradicación esencializada del yo. El sujeto poético simplemente transcribe, objetiviza un tiempo suspendido, receptivo recrea la actitud de la materia en la que se diluye. No interesan las circunstancias biográficas concretas, las coordenadas temporales y espaciales que sitúan la experiencia vivida, sino la esencia misma del sujeto, el ser, el sustrato común que permanece. Solo interesa el recuerdo en tanto se transforma en materia literaria.
La atemporalidad de esa poesía se convierte en rasgo definitorio porque recoge el subjetivismo de una realidad mutable, siempre presente y siempre renovada.
Decíamos que en todo el libro también está presente, en primer lugar el lenguaje. Hay una profusa selección connotativa en los títulos poemáticos, casi esquemáticas propuestas temáticas: el don, el vínculo, la herencia, le precio, la noticia… sustantivos cuyo nivel verbal sobrepasa la plena vigencia de los significados.
‘Árboles en la música’ propone un escenario de símbolos concretos. Podríamos establecer una primera correspondencia entre el árbol y el poema. Si el árbol es puente natural entre el suelo y la altura y unifica el geotropismo de las ramas y la interiorización de la raíz, el poema es al mismo tiempo impulso interno y vuelo, conocimiento y plenitud real del sujeto. Del mismo modo existe un vínculo entre palabra y semilla, primer estadio de un proceso de realización, en su albores simple estadio especulativo, que al cabo del tiempo halla liberación y se consolida. Y hay otro simbolismo evidente entre el leño que arde y la existencia, o entre la muerte y la ceniza.
La crítica ha etiquetado, con cierta uniformidad, la mirada estética de Amparo Amorós bajo el epígrafe ‘Poesía del Silencio’, una tendencia iniciada a comienzos de los ochenta, en pleno declive de la estética novísima, en la que persevera una tradición que tiene en María Zambrano, Francisco Brines y Juan Gil Albert, parentescos cercanos. Esta poesía de la meditación es indagatoria y establece un territorio común entre filosofía y poesía.
En ella percibimos una apropiación de elementos primigenios, de aquellos materiales nutricios –el agua, el fuego, el aire…- donde los presocráticos intuían el origen del mundo. Tales elementos nuclean una cosmogonía y exigen nuevas perspectivas lectoras que rebasan los límites concretos de cada libro y necesita de una nueva disposición. La lectura temática de la obra de Amparo Amorós delimitaría una constelación cosmogónica. Su poesía nace de una mirada visionaria de la elementalidad, una visión global, prelógica y abierta, llena de correspondencias, relaciones y simetrías.
José Luis Morante, nacido en un pueblo de Ávila, profesor de literatura en Rivas Vaciamadrid, es poeta y crítico.
(de la página VII de ‘Fontana Sonora’, suplemento de ‘Caminar Conociendo’ nº 5 de julio de 1996)
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