miércoles, 24 de enero de 2007

Lourdes Rensolí Laliga: LAS HUELLAS DE TUS ALAS (*)

LAS HUELLAS DE TUS ALAS: CRÓNICA DE UN VIAJE(*)

Por Lourdes Rensolí Laliga*

“¿Puede encontrarse la salvación en el camino del fuego?”

Farid Uddin Attar


Cada viaje tiene mil máscaras. Se comprende al cabo, cuando hemos transgredido las leyes del tiempo, cuando hemos alcanzado la ubicuidad inesperada, recompensa por todas las desgarraduras del corazón, por todos los jirones dejados a nuestro paso. Entonces, el verdadero sentido del viaje se nos revela: la peregrinación siempre hacia el mismo sitio, por diferentes rutas. Sortear las trampas. Persistir en el fin, a veces sin saber ya casi por qué.
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Siempre hay un rostro amado al final del viaje, siempre una voz amada que nos empuja al camino. Quién eres, quién eres realmente tú, en cuyas manos está mi vida y mi muerte, tú, que me exiges partir, perderte para recuperarte tan lejos, más allá del Bósforo y de Capadocia, entre minaretes y torres del silencio, entre Shiraz y Korasán, entre siluetas cubiertas por heyad y el vuelo milagroso del Simorg (1) y los aleteos de la abubilla que guía.
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Pero por dónde no estás, en qué lugar no resplandecen tus ojos, en qué lengua no resuena tu nombre, en qué ciudad no me esperas. Como Magnún(2), he agotado la fuente de mis lágrimas, he pasado cada minuto mendigando a tu puerta, he jugado mi vida a cambio de la piedra hollada por tus pies. La he perdido mil veces… y he seguido jugándola (3).
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Soleiman me ha enviado a la abubilla (4). Me promete el milagro. Me esperan en Mashad, en el santuario de la cúpula dorada (5), donde mil espejos recomponen a cada ser destrozado que acude. Allí debo encontrarte. Partimos. Queda atrás Occidente. El pájaro de hierro vuela sobre Estambul, Ankara, Bagdad. Las aguas del Golfo Arábigo-Pérsico. Teherán.
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La música me asalta al tocar tierra. No es música iraní. Es tu música. ¿Qué milagro ha sustituido el tar y el ney por el sitar y la tampura? ¿qué intentas decirme al romper por fin tu silencio con esa melodía que sobrecoge? No me pregunto si es real. La realidad ha dejado de existir para mi desde hace tiempo. Mi vida la desconoce. No hay pasado. No hay referencia alguna.
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La paz, siempre la paz, con la mano sobre el corazón. Saben que no la tengo, que vengo en su busca. Quiero ayudarme a encontrarla más allá de ti, del dolor incesante y bendito que has puesto en torno a mis brazos, como ajorcas candentes, símbolo de una promesa inquebrantable.
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Voy a volar de nuevo, Simorg, hacia Isphahán, hacia la mezquita azul donde el eco repite mil veces cada nombre del Único, hacia el jardín donde el azar se transforma en 20 columnas duplicadas en las aguas del estanque. Su mirada. Cerca, los templos del fuego inextinguible (6), la amenaza de Ahriman y la promesa esperanzadora de Ormuz. Mis labios exhalan un aroma de azafrán y rosas. Sé que me acompañas, aunque no puedo verte. No hay lugar para el temor y la incertidumbre: “Con sus alas te cubrirá, y bajo sus plumas estarás seguro”(7)
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Voy a volar de nuevo, Simorg, a tu palacio, donde cada rincón repite tu imagen de mil modos, donde van a encontrarse cuantos siguen tus pasos. Mis alas se debilitan y me siento desfallecer bajo el peso de esta ausencia que ha transformado mi vida en anhelo y sueño. La Palabra retorna, en mi ayuda: “¿No habéis visto que a los pájaros, sujetos en el aire del cielo, no los sostiene nadie más que Dios?”(8) Sí, aquí estoy, Khayyam, viejo amigo, vengo a darte las gracias porque siempre has encontrado la palabra exacta, porque me has invitado a tu mesa y me has tendido generoso la copa de vino cuando los demás me abandonaban, cansados de mi pena sin tregua, y has recitado la única rubayata capaz de paliar mis dolores, de sumirme en el olvido de mi propio ser y continuar, siempre al ocaso; porque has unido tus quejas de amor a las mías y me has enseñado que, sin importar cuanto ocurra, el amado merece siempre nuestro sufrimiento y nuestro insomnio, que el amor es la sonrisa de Dios anegada en sangre. Aquí, en tu lecho, deposito mi oración y mi ofrenda.
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Vamos ahora, Simorg, ahora que cada pájaro pronunciará su discurso en el salón de oro y grana, ahora que sus cantos mantienen absorto al pueblo. Que desde los jardines te reclama y te anhela. Vamos a escaparnos por las calles desiertas de Nishapur, hacia el rincón que también conocemos, donde aún pueden verse los restos de la destilería, y un lejano olor a incienso y almizcle evoca al amante. Attar, el perfumista (9), me entregará el sortilegio que ha de conducirme a Mashad.
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La caravana avanza. Pasan las 99 cuentas del rosario. Los ulemas de turbantes blancos y negros me reconocen. Saben que necesito sus plegarias, sí, soy yo, aquí estoy. Yo, la caña consumida en tu hoguera, el imperceptible montón de cenizas amasadas con vino y sangre de gacela, la fuente que agotaste y comienza inesperadamente a manar sangre y agua. No sé por qué me devuelves la vida con la luz de tus ojos, si vas a quitármela de nuevo. Pero sí, he de vivir, quiero vivir aunque vivir sólo sea un instante para volver a contemplarte. Sí, he de morir si así lo deseas.
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Me uno a los peregrinos en Su Nombre, en tu nombre. El último recodo del camino permite vislumbrar, en el supremo instante del crepúsculo, la cúpula dorada. Cesa la música. De cada boca fluyen las aleyas. De cada mirada, la lluvia.
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Vamos, Simorg, vamos ahora que el Amado ha entreabierto su puerta, ahora que tiemblo de amor y de miedo. Es hora de los miserables, de los mendigos, de los locos de amor que lo han perdido todo. Es hora de implorar las migajas, de suplicar entre las piedras del camino, de abrir los brazos y girar y girar hasta olvidar el dolor e ignorar las espadas que nos horadan la carne, los clavos que nos traspasan las mejillas, los punzones que sustituyen al vino. En el fondo de la espiral está Su Rostro, tu rostro. Sus ojos multiplicados en mil espejos contemplan mi figura vestida de negro, que llora por llegar a Su reja, por tocarla siquiera, por arrojar entre las celosías mi corazón pisoteado por los paseantes.
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He llegado. La multitud se aparta y deja pasar a la penitente que llora, a la cristiana que no desdeña camino alguno hacia el Rey de los pájaros, a la condenada a una soledad irremisible, que see empeña en creer en el consuelo. Toco la reja y repito tu nombre, y pido no olvidarlo nunca, encarnarlo en mi cuerpo y en mi angustia para siempre, para siempre. Y una voz, inaudible para otros, musita el sí.
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Caigo postrada en tierra. Mi frente toca el suelo. Mi chador es una mancha negra sobre el sayadeh (10) Al levantarme, todos verán en mi frente la marca, tu marca (11).
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Ya no volverás a huir, a escaparte. Estás en mi. Formamos un solo ser. La cúpula dorada nos ha cobijado, se ha apoderado de nuestra sombra. Y tu voz se escucha, más allá de las montañas, anunciándome la hora del retorno.
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He terminado el cuento. Se han despedido todos los pájaros. A los sabios consejos de la abubilla han seguido las promesas apasionadas del ruiseñor. Brillas en mis pupilas.
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Y aquí estoy, donde siempre, cada tarde. Aguardándote.
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Lourdes Rensolí Laliga, 7 de abril de 1996. Pascua de Resurrección

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Notas:
· (*) Del 3 al 5 de octubre de 1995 se celebró en Irán, en la ciudad de Nishabur, un congreso internacional sobre el poeta, filósofo y místico persa Farid Uddin Attar que reunió a más de 300 especialistas. En él tomé parte con el ensayo “Asambleas de pájaros”, intento de diálogo intercultural entre Attar y Cyrano de Bergerac, entre Oriente y Occidente. Del viaje surgió un libro de poemas, homenaje a lo más hermoso y puro del atormentado mundo islámico, cuyo título es también el de estas páginas. Pero no, no es esa la verdadera historia: es la que relato aquí, una historia de amor y de dolor. No existen otras.

· 1. Ave maravillosa de la literatura mística persa.

· 2. Protagonista de la leyenda tradicional árabe sobre sus desdichados amores con Layla, inmortalizada por el persa Nizami. Majnúm (el loco) pierde la razón por estar separado de su amada. Su locura se vierte en incontables poemas que mezclan belleza y poder mágico para el bien de todos sus semejantes. Muestra el amor humano, volcado en la poesía, como de realización mística.

· 3. Variaciones sobre algunos pasajes de la “Historia de Shaikh San’an”, contenida en el Mantis Uttair de Attar (trad. Al francés por Garcin de Tassy. París, 1857-1863. 2 vol.) Hay traducción al español (basada en la anterior) por Josefa García (El lenguaje de los pájaros. Edicomunicación. Barcelona, 1986)

· 4. Cf.: El Corán. Sura XXVII, “Las Hormigas”, 15-30. Trad. Melara-Navío. Granada, 1994.

· 5. En la ciudad sagrada de Mashad, cerca de Nishabur, se alza la mezquita del Imán Reza, octavo Imán chiíta, envenenado a traición y enterrado allí. A su tumba acuden diariamente miles de peregrinos de diversos países, y no sólo musulmanes, en busca de milagros. Está rodeada de una reja dorada, como la cúpula revestida de láminas de oro.

· 6. En la ciudad de Ispahán –aunque no sólo en ella- existen templos de la antigua religión parsi, también conocida como Zooroastrismo o religión de Zaratustra, basada en el dualismo luz-tinieblas (Ormuz-Ahrimán o Angra Mainyu), que cuenta en Irán –de donde se trasladó al norte de la India- con algunos miles de creyentes. El fuego sagrado, símbolo de Ormuz, se mantiene encendido constantemente en dichos templos. Sus antiguas torres fúnebres, o torres del silencio, donde se colocaba a los muertos de pie, para que fuesen devorados por las aves de rapiña, ya no se emplean para dicho fin, prohibido en las religiones del Libro.

· 7. La Biblia. Salmo 91, 4. Trad. Reina-Valera. México, 1990.

· 8. El Corán. Sura XVI, “La abeja”, 81.

· 9. Farid Uddin Attar (1119-1229), muy cercano al sufismo para algunos, sufí para otros, se ocupó durante mucho tiempo en la droguería y la perfumería hasta su conversión por un derviche. Escribió numerosas obras donde se mezcla exquisitamente filosofía, poesía y mística. Aunque Mantiq Uttair es su obra más conocida, sobre todo en Occidente, dejó también, entre otros, el Libro del ruiseñor, La lengua misteriosa, y el Libro de los seres.

· 10. Es el nombre de la alfombra empleada para las oraciones en la religión islámica.

· 11. Los fieles de la rama chiíta del Islam, colocan, para orar, en la parte anterior, un rosario y una piedra, en la cual el devoto debe apoyar la frente al inclinarse. La marca dejada en la frente por dicha piedra suele considerarse un signo de profunda piedad.

(ESTE TEXTO DE LOURDES RENSOLÍ LALIGA FUE TOMADO DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', Nº 5, PÁGINAS 49-50 DE JULIO DE 1996)

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