Una misión indescifrable, oculta en arrugas
cuneiformes me emitía el tacto de sus manos.
Rarísimas aves, aleteando con pasmo,
traicionadas por el sentido de orientación,
sobre su nido revoloteaban ansiosas.
Eran las supervivientes de la tribu:
Clara Avayou, mi madre, la abuelita,
y aquel molinillo bronceado, al atardecer.
Era el hechizo de la piel de sus manos,
de las matriarcas, lo que me magnetizaba.
De repente, las imaginaba sacerdotisas
mixturando el elixir al crepúsculo.
(Trad. del hebreo por el autor)
'Caminar Conociendo', nº 5, pag. 40
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