Por Víctor M. Irún (*)
Nadie fue ayer,
ni va hoy
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios.
León Felipe
El poeta de Tábara –pueblo donde nació León Felipe Camino Galicia- abrió los ojos hacia un cielo de almizcle y hierbabuena. Entre sus barbas –como las de su querido Whitman- las mariposas habían edificado una farándula de sueños y quimeras. A lo lejos, la meseta castellana se irisaba de magentas heridas de muerte. En lontananza, dos o tres chozas de pastores y casi difuminado en el horizonte la barranca color sangre de toro de un pueblecito cualquiera.
El poeta de Tábara hizo visera con la mano. Un sol de perfil pelado le hizo cosquillas en el entrecejo; de su pantalón de pana gorda sacó una pequeña bolsa de cuero. En ella un grueso libro con las pastas gastadas ‘Vida de del Ingenioso Hidalgo…’. Leyó dos párrafos seguidos en voz alta a un auditorio silencioso compuesto por las piedras del camino, los jaramagos secos y las infinitas hormigas que pululaban sobre la tierra. Eran los párrafos del capítulo de los galeotes. Ginés de Pasamonte se burla groseramente de la petición del pobre loco que acaba –a él y a los otros presos- de liberarlos.
Yo no soy un filósofo.
El filósofo dice: pienso, luego existo.
Yo digo: lloro, grito, aúllo, blasfemo…
Luego existo.
León Felipe, poeta solitario del pueblo, poeta con la voz colectiva del salmista, pasó por el mundo ‘intentando encontrar a Dios entre la niebla’, como don Miguel, pero en vez de la tupida barba blanca se topó con esa baba verde que el falso sacerdote va dejando en el cáliz, manchado de ignominia.
Y en el Cáliz y en la Hostia
Ya no hay más que babas
Del gran conserje Pedro
Oh, Pedro, Pedro, que vendiste las llaves
del templo.
A pesar de todo, nunca se hundió nuestro poeta ‘en el cieno de la tierra’ como esa piedra pequeña con la que comparara su propia vida en aquel inolvidable poema de ‘Versos y oraciones de caminante’, su primer gran libro.
Quiso dar con un camino personal intransferible por el que llegar a la médula de la justicia; al sentido de ese mundo de sinsentidos –pues solo en el compromiso y en la lucha por los derechos del hombre encontró León Felipe una respuesta a su desazón existencial.
¡Justicia, que bien la necesita el español!
¡Justicia, relincha Rocinante!
Justicia. A manos llenas. A grito pelado. ‘Con un grito de estopa en la garganta’. Justicia, contra los cuarteles, los paredones, los falsificadores de medallas y trofeos, ‘contra los poetas tramposos también…’
‘Ahora que la justicia vale
Menos que orín de los perros.
Ya no hay locos.
En España ya
No hay locos’.
Muchas –demasiadas veces- le tocó al poeta soportar los manteos y las burlas en ventas de Juanes Palomeques cargados de razón; la razón de los que están lejos de la ‘honda raíz del grito’. ¡Y cuantas veces te gritamos que nos hagas un sitio en tu montura y nos lleves contigo, por tu camino de perfección y purificación entre la sangre derramada en los acicates del día, a esa otra Ínsula Barataria donde seguro que ahora habitas impartiendo la inequívoca justicia del pueblo, sabio y sin ripios!
León Felipe avanza por una trocha pisoteando ortigas con sus chirucas de piel curtida.
‘La palabra Democracia la ha pisoteado el Ku-Klux-Klan’. El viejo vate norteamericano que Lorca cantó ‘tan bello como un pájaro, enemigo de la vid’ es un punto de luz en el crepúsculo herido.
Ahora que el siglo XX llega a su fin y el hombre no es mucho mejor que cuando lo de las Cruzadas o lo del famoso suceso de Pilatos y el loco Profeta judío… ‘!Hay que relinchar!’ Y en los estercoleros fugaces los sicofantes preparan sus rituales colectivos de exterminio bailando en torno a los becerros dorados –ahora se llaman dinero a espuertas, nacionalismos estrechos, fundamentalismos religiosos- pero… ¿a dónde irá este poeta errante llamado León Felipe?, ¿a dónde, qué camino ha elegido este viejo solitario, apartado del redil, silbando siempre la eterna sinfonía de un ‘viejo y roto violín?’.
Seguramente, va a encontrar en cualquier plaza, en cualquier calleja de un pequeño pueblo castellano, con los estandartes, las reliquias que ya solo le quedan al hombre para seguir viviendo con esperanza. Va a reivindicarlos…
El olor a chorizo y a morcilla, que sale de un ventanal donde una madre canta un romance de amor; el gorjear atropellado de los gorriones, huyendo de dos niños que juegan a cazadores cerca del campanario de la iglesia… O el sabor de las migas después del trabajo.
Y el derecho a compartirlos con el que nunca le dio este invento ni para un traje nuevo. El derecho a la dignidad de no tener que pasar sobre el cadáver de otro hombre para poder vivir bien.
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Esa dignidad pisoteada por todos –y cada vez son más- Ku-Klux-Klanes del mundo, los de aquí, los de allí y los de más allá.
León Felipe, sigue tu camino, que nosotros te seguiremos porque ‘también tenemos hambre y sed de justicia.
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(*) Víctor M. Irún es profesor de Literatura
(TEXTO DE LAS PÁGINAS 33-34 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 5, JULIO DE 1996)
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