Gracias a Rufino(*)
Por Agustín García Calvo(*)
Hay un sitio por donde el Barrio de la Estación de las Navas pude decirse que termina: pues ello es que poco más allá de ese sitio se abre el túnel de Mataborricos, y se sabe que, cuando se salga de él por la otra punta, ya no será lo mismo; ya se verán desaparecer por las hondonadas los últimos chalés desperdigados, y allá lejos la ermita, y luego serán otros pinares y otros aires.
En ese sitio, pues, si sube uno al terraplén del ferrocarril, por entre las jaras y saltándose los alambres desvencijados, se encuentra con que las múltiples vías de la estación van reduciéndose a las solas dos que irán a meterse por el túnel; y por allí no se ve, a estas horas, ánima viva, nadie que atroche por los vericuetos de los jarales ni que vaya a trepar; al otro lado, por la torrentera o sendero pedregoso hacia el recuesto, ni siquiera las vacas sueltas van a ir a perderse por esos andurriales, ni apenas un perro abandonado de veraneantes tiene probabilidades de ir a dar en tal sitio a ladrarles a la luna menguante cuando salga: allí no hay, aparte de los rieles, las traviesas y el balasto, más que algún poste, por ejemplo el de las luces de primer aviso para la entrada a la estación, y en todo caso, enfrente, al otro lado, sola una casa medio arrumbada, donde raro será que ni aun algún vagabumdo vaya a buscar abrigo, cuando haga peor tiempo que el que ahora hace, ya bien entrada la primavera. Hay también por allí, pegada a las vías, una caseta de guardagujas, olvidada, de los tiempos en que el cambio de agujas se hacía a mano, y que ahora debe de hacer tantos años que no se usa para nada, que hasta parece milagro que la hayan dejado en pie, astillada y denegrida. Y, por lo demás, nada: algunos pinos atrás, bajo el terraplén; otros pinos en lo alto, al otro lado de las vías, y entre ellos acaso, por ventura, el alfilerazo de la primera estrella; y algún vencejo que otro chillando tardíamente, algún bando de cuervos que va graznando a recogerse entre las peñas, y alguna sospecha de culebra o sapo por entre las zarzas polvorientas; y los pedruscos, y la grava, y las arenas.
Ese sitio, para los ojos de algún descuidado pasajero, será sitio, sin más, como otro sitio cualquiera de navas o serranías.
Si, pero es por ese sitio por donde un hombre fue a salirse de este mundo; y eso lo ha dejado señalado con una marca que le ha abultado los relieves y avivado los colores de tal modo que lo distingue de todos los sitios de la tierra.
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(*) Rufino González, vecino del Barrio de la Estación, murió en primavera atropellado por un tren.
(*)Agustín García Calvo. Zamora, 1926. Catedrático de latín. Escritor. Autor de obras de muy diversos géneros: narrativa, poesía, teatro, filosofía.
EN LA PÁGINA 5 DEL NÚMERO 5 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' DE JULIO DE 1996
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