(PARALELISMO NAVERO-EXTREMEÑO)
Lago de la Ciudad Ducal (Las Navas del Marqués)
Solo eres lo que te falta
(Antonio Quintana)
Pasaron un largo momento allí, junto a la fuente que alegre mana, sentados en el rústico banco que protege la techumbre de paja, conspirando ensoñaciones a propósito de los ‘Arieles’, ese misterioso grupo del que ambos formaban parte –en realidad creación de uno de ellos- y que, según decían los rumores, tenían como principal objetivo fomentar el interés por la cultura judía de Extremadura y dar a conocer en Israel, y entre las gentes del Libro, Extremadura, La Otra Tierra de Promisión donde tantos y tantos hebreos vivieron, gozaron y penaron. El uno, soñando intercambios culturales, realizaciones conjuntas, cooperaciones técnicas y mil otras cosas de índole semejante, pues desde que había escrito aquella novela titulada ‘La isla de ensueño’ era muy dado a imaginar utopías y repúblicas ideales. El otro, hijo de Israel, dándose el placer de soñar nuevos bosques que plantarían sus manos, que ya tantos árboles habían plantado aquí en Las Navas del Marqués, y allí, pues había sido sin duda el principal promotor de este bosquecillo que crece en la cacereña Hervás y que lleva el nombre de ese sabio judío, el profesor Haim Beinart, que tanta y tan excelente tarea ha realizado para acercar las dos culturas.
Y dábase a imaginar un nuevo bosque, que llevaría el nombre de su padre, el maestro Antonio Escudero, plantado ahora en el Santuario de Piedraescrita, en la Serena, donde, como a él le gustaba decir, ‘sólo se oye el silencio, el balido de las ovejas y el bronco ladrido de los mastines’.
Un bosque donde habría lugar para todos los sueños pero también para todos los recuerdos, pues habría árboles que perpetuarían la memoria de Inés Gallardo, que duerme el sueño eterno en tierra de Campanario o la del reciente y tristemente fallecido Rufino González, cuya vida se llevó ese tren que pasa por estas Navas que dicen del Marqués. Erguidos cipreses, pinos y plateados olivos señalarían el cielo, recordándoles a ellos dos, que les conocieron, su ausencia, pero a todos, aun aquellos que de ellos nunca oyeron hablar, estos árboles recordarían que entre el cielo y la tierra existe algo sagrado; algo que no es sino el vínculo de amistad que une al hombre, a cualquier hombre, con el hombre, es decir con todos los hombres. Claro que, decía, habrá también árboles para dar sombra y cobijo a los enamorados y, cómo no, acacias para aquellos que aman los misterios.
Y, oyéndole soñar en voz alta de esta manera, pensaba el otro aquello que decía María Paz Díez-Taboada en su bello librito de poemas ‘Rumor de día’:
‘… toda creación es un inflado
Blanco mantel sobre la verde hierba,
Que, cual tienda de alárabes errantes,
Acoge un mundo pródigo en tesoros ocultos.
Y se dejaba ir a las ensoñaciones de su amigo; se dejaba ir a ese mundo lleno de bosques por el que transitaban gozosas romerías.
Luego, cuando el calor se hizo menos agobiante, abandonaron el fresco refugio de la fuente y, sin dejar de conversar, se dirigieron hacia el cercano lago. Hablaban los dos casi al unísono y cualquiera que se les hubiese acercado habría tenido la impresión de que hablaban de cosas dispares sin escucharse el uno al otro, pues el uno hablaba, como siempre, de calendarios judíos, de lunas y estrellas, de celestes esferas, citando algunas veces el libro de Paz, que al parecer le había complacido:
Clama otra vez aún con resonante
Redoble de dolor sobre la curva
Piel de la tierra que florece, vuelta
De espaldas al horror que gira en torno
Mientras el otro volvía una y otra vez a sus árboles y citaban a Plinio, pues fue este romano –que por cierto murió en las operaciones de rescate de los habitantes de Pompeya sepultados bajo la lava del Vesubio- quien dijo: ‘No menos que las estatuas divinas en donde resplandece el oro y el marfil, adoramos los bosques sagrados y en ellos el silencio mismo’. Pero quien esto hubiere pensado, quien hubiese deducido de su manera de conversar, que en realidad el uno al otro no se escuchaban, se habría equivocado. Porque el uno y el otro decían, aún diferente, en verdad era lo mismo y por ello de manera ceñida se entrelazaba, como se entrelazaban las ramas de árboles diferentes o como parecen conjuntarse astros que en realidad moran en lugares muy distintos y alejados, para terminar formando la bóveda celeste de un mismo sueño. De la misma manera si uno parecía estar ausente de aquel hermoso paisaje de Las Navas, pues no hacía más que hablar de Extremadura, recordando ahora ese ‘Bosque Yehuda Haleví’ que en Hervás lleva el nombre del gran poeta hebreo y, un poco más tarde, aquel otro ‘Jardín Isaac Rabin’ campanariense; y si el otro también parecía ausente, pues continuaba hablando de festividades agrícolas pautadas por los ciclos de la luna y de los misteriosos cómputos cabalísticos a los que se entregaban los sacerdotes hebreos para armonizar estos cielos con aquellos que rige el ardiente sol, de repente, como un milagro, los árboles del uno se transformaban en los cipos con que el otro realizaba sus cómputos astronómicos, y las órbitas de los astros de los que hablaba este ya no eran sino señales en los cielos creados sólo para guiar el peregrinar de alegres romerías hacia los bosques del otro.
Y así llegaron al lago. Y éste, atrapando sus voces hizo la conversación más sosegada. Y mientras caminaban por la orilla, dando lentamente la vuelta al líquido espejo, los dos se pusieron a hablar de aquello que, durante los últimos días, habían centrado –en parte- su quehacer: la publicación de esas actas de las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos.
Esas actas que por fin –había pasado más de un año- se iban a publicar y que para ellos era tan importante, pues era un hito en ese caminar que en realidad no llevaba a ningún sitio, ya que era simplemente señal de un propósito de amistad entre dos pueblos lejanos, y al mismo tiempo cercanos. Y hablaban de ello aquí, en este lago de Las Navas del Marqués porque en realidad era aquí donde la idea de ese caminar hacia un mejor conocerse había comenzado a fraguarse. Y ambos estaban contentos de que este camino comenzasen a aparecer ya las primeras claras señales… que eran para el uno como estrellas en el cielo, y para el otro como árboles de un edén de la Otra Tierra de Promisión, cuyas piedras y rumores son también vestigios de aquella añorada Separad hacia la que el corazón y los ojos siempre retornaban.
Joaquín Lledó y Antonio José Escudero Ríos. Los autores son director de cine e investigador respectivamente.
Campanario (Badajoz) /Las Navas del Marqués (Ávila)
Abril de 1996 / Nisán 5756
TODO ELLO EN LAS PÁGINAS 22 y 23 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’ NÚMERO 5 DE JULIO DE 1996
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