martes, 27 de marzo de 2007

PAZ DÍEZ-TABOADA: 'Lucerna'


Mari Paz Díez-Taboada:
‘Lucerna’

Lucerna Ventosa, quae dicitur Karcessa… urbem munitissimam…, est in valle viridis…

Estas palabras latinas, pertenecientes al Liber Sancti Iacobi de las Crónicas del Pseudos-Turpin, parte IV del famoso Codex Calixtinux (S. XII), -que los gallegos llamamos O Calistiño y cuya autoría se atribuyó falsamente al papa Calixto II-, se refiere a la misteriosa Ventosa o Carcesa, poderosa y muy fortificada ciudad sarracena, situada en la más larga y conocida de las rutas que llevaban a Compostela, o sea, en el ‘camino francés’ o Camino de Santiago por antonomasia. Tratando de precisar su ubicación, la Crónica añade que ‘est in valle viridis’, o sea, en el valle verde… pero, ¿en cuál de los valles verdes por los que discurre el mítico Camino?; y sigue: ante ella un día llegó un día llegó Carlomagno, con sus pares y mesnadas; la sitió y atacó, pero las rojas murallas de la ciudad infiel resistían los envites de los franceses y el Emperante elevó sus ruegos a Jacob Bonaerges el Hijo del Trueno solicitando el milagro. Oyó Santiago al cristiano y de los Montes Aquilianos bajó impetuoso un fiero turbión que derribó las murallas y arrolló casas y habitantes, hundiendo para siempre a Lucerna en un lago, tranquilo y misterioso, en donde, convertidos en ágiles y ondulantes peces negros, nadan los sarracenos.
Frecuentemente, los cantares épicos medievales explotaban asuntos, casos y cosas ya narradas en las crónicas; aunque también sucedía a la inversa, o sea, que estas prosificaran lo que aquellos narraban en verso –así, por ejemplo, en la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio se encuentra la versión en prosa del viejo cantar perdido de Los Siete Infantes de Lara-. Anseis de Carthage (S. XII) y Guy de Bourgogne (S. XIII) son dos chansons de geste del ciclo carolingio, que tiene por asunto principal las hazañas de Carlomagno y sus doce pares; en ambas se narra esta misma leyenda y, curiosamente, las dos aluden al rojo encendido de las murallas de la legendaria Lucerna: ‘Li mur… plus vermeil ke charbons en foyer’ y ‘Murs vermeils…’.
El ilustre investigador francés Joseph Bédier rastreó exhaustivamente el oculto camino de esta leyenda, que, como todas, está estrechamente ligada a una tierra concreta y basada en hechos históricos, confundidos y amalgamados en la imaginación popular. Bédier pudo determinar que Ventosa era el nombre con que, desde comienzos de la Edad Media, se conocía popularmente la céltica Bérgidum –apellidada Flavium tras ser conquistada por los romanos-, que estaba ubicada en el cerro llamado aún hoy día Castro de la Ventosa, en la comarca leonesa de El Bierzo –derivación del latinizado Bérgidum-, a pocos kilómetros del pueblo de Pieros, en pleno Camino de Santiago. También averiguó que Carcesa o Karcesa es topónimo derivado del río antiguamente llamado Cárcere o Cárcer, que corre por un estrecho y umbrío valle al que da nombre, el Valcarce, que, en tiempos modernos, curiosa e ilógicamente –como pescadilla que se muerde la cola-, ha venido a dar al río (1*). Mas le costó averiguar lo del valle viridis, pero en el tomo XVII, de la Santa Iglesia de Astorga, de la monumental obra del padre Flórez de Setien, La España Sagrada, encontró que Santa Marina de Valverde era el nombre de la parroquia principal de lo que hoy son tierras de Corullón, pueblo berciano próximo al Castro y también a Valcarce.
Pero, ¿de dónde brotó el turbión que arrolló a la infiel y poderosa Lucerna?, ¿cuáles son los picachos en que los francos, peregrinos a Santiago, creyeron ver las míticas ardientes murallas de la ciudad?, ¿dónde el lago en la que quedó anegada…? Y, ¿aún andarán allí los sarracenos convertidos en peces negros por el Bonaerges, dada su contumaz resistencia al cristianismo? Pues, sí…
Y ahora la leyenda nos retrotrae a un tiempo más lejano y al más bello lugar de la muy bella comarca berciana. Hemos de caminar hasta Las Médulas, con sus rojos picachos que en el fulgor del ocaso semejan desde elejos muros incendiados o ardientes torres de una ciudad en llamas. Es cosa de leyenda, sin duda, y, sin embargo, volviendo de Galicia a León, en una hermosa tarde de verano, hace ya unos años de este torpe fin de siglo, creí ver desde el coche un incendio tan furioso y tan próximo, que despavorida le grité a mi marido:
--‘¡Miguel, está quemándose el monte, ahí cerca…!’
Y mi leonés particular me dijo sonriendo:
--‘¡Que no, que son los picos rojos de Las Médulas iluminadas por el sol del poniente!’
Como yo, así también lo han visto desde hace mil años los ojos asombrados de peregrinos extranjeros, atentos al prodigio, a verdades ocultas y misterios…
Fue Roma –‘el pueblo-rey’, como dijo Chateaubriand- la insaciable codicia del Imperio, la que proyectó la ruina montium que dio origen a Las Médulas. Desde los imponentes Montes Aquilianos, cuyo pico más alto recibe hoy el nombre de La Aguiada, diversos carriles tallados en la roca viva, hacían confluir las aguas de la lluvia y neveros en las oquedades y túneles que el sudor de los esclavos –los humillados amos y señores de aquellas tierras vencidas- iba horadando en las entrañas del monte; por allí se colaban las aguas en turbión, arrollando a su paso piedra y tierra hasta unos desaguaderos y cribas situados más abajo, en donde se escogían y lavaban las pepitas de oro; luego, abriendo unas compuertas, se dejaba que las aguas, barro y limo siguieran la pendiente hasta reposarse en lo que es hoy día el lago Carucedo. Así, horadando como un queso de Gruyere y atravesado una y otra vez por la furia del agua, el monte acabó por derrumbarse, mostrando desde entonces sus rojizas entrañas descarnadas. Y, efectivamente, en el sereno lago, de formación artificial, nadan delgados y ágiles peces negros que los bercianos conocen bien: los pescan y se los comen. Pero lo que pudo averiguar Bédier y que hasta ahora nadie ha desvelado es en donde estaba Lucerna, la ciudad que el Pseudos-Turpin identificaba con Bérgidum Flavium, llamada Ventosa, también Carcesa, en tierras de Valverde, que muy bien pudiera ser la actual Corullón; Lucerna, que la leyenda carolingia soñó como la sarracena Luiserna, bien defendida por sus murallas rojas y hundida para siempre en el extraño Lago, por obra y gracia del tánden ‘emperador Carlomagno / apóstol Santiago’. En mis tierras del Noroeste existían y aún hay muchos lagos y lagunas –Antela, Dañinos, Cospeito, Isoba, Ausente, Sanabria…; también en el mar, en la costa lucense, frente a San Miguel reinante –en donde se supone sumergida, asolagada en el misterio de las aguas, una ciudad infiel y perversa que fue castigada por los poderes sobrenaturales. Como la bretona Is, de la que habla Renán, la ciudad sumergida vive, como en sueños, y en ciertos momentos del ciclo anual –al amanecer del día de San Juan, el día último del año a las doce de la noche… da señales de vida. Pero de todas ellas ninguna más bella que Lucerna. Se asentó en el viejo Castro céltico y es Ventosa, la encerrada en Valverde; irguió poderosa sus muros flamantes en Las Médulas y duerme para siempre, bajo el cristal del Lago Carucedo, el sueño de su vida misteriosa.
Y, sobre todo, avanza por el Camino de Santiago, discurre multiforme en las páginas de nuestra literatura –Gil y Carrasco, Unamuno, Casona, Cortezón…- y vive imperecedera en la memoria colectiva de las gentes del Noroeste.

Paz Díez-Taboada es profeso9ra de literatura; poetisa connotada y autora de varios estudios literarios, entre ellos de Valle-Inclán.


(1*) Idéntico fenómeno lingüístico ha ocurrido en las zonas próximas de la provincia de León; así, al unirse el nombre del río Oza a ‘Val’, apócope de valle, para denominar a éste, la ‘o’ diptongo en ‘ue’ y de Valdeoza se pasó a Valdueza, nombre actual del río; y lo mismo en el caso de Orna: Val de Orna > Valdorna >Valduerna. O sea, que si antiguamente eran los ríos –Oza, Orna, Cárcer- los que daban los nombres a los valles –Valdueza, Vardorna, Valcarce-, el pueblo ha rebautizado los ríos con el nombre de los valles.

PAGINAS 20-21 DE ‘CAMINAR CONOCIENDO’ NÚMERO 5 DE JULIO DE 1996

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