martes, 6 de marzo de 2007

ESTELAS EN LA MAR: DON RAMIRO


ESTELAS EN EL MAR: DON RAMIRO


Título: La gloria de don Ramiro
Autor: Enrique Larreta

Por Luis García Ares

Caminante, no hay camino,
Sino estelas en la mar’
(Antonio Machado)

Ocurre con frecuencia que cuando una obra literaria adquiere cierto relieve entran en escena críticos y comentaristas que, bien sea por empacho de erudición o por simple originalidad, acaban viendo en ella sentidos e interpretaciones que con seguridad nunca imaginó el autor. Sobre ‘El Quijote’, por ejemplo, se ha escrito mucho y bien, pero si Cervantes hubiera tenido en cuenta todo ello es fácil colegir que una vida entera no le hubiera bastado para escribir su novela.
En este breve artículo sobre ‘La gloria de don Ramiro’ no quisiéramos incurrir en lo anteriormente señalado. La novela en si misma se basta y se sobra para discurrir sobre ella guardando absoluta fidelidad, tanto a su acción como al nítido pensamiento de Larreta. Y, llevado de la mano de ambos, procederemos a analizar el hilo conductor de la obra, o lo que es lo mismo, la trayectoria vital del protagonista: don Ramiro.
La lectura de la novela, aunque se realice superficialmente, pone de relieve en don Ramiro se puede distinguir una doble trayectoria en su paso por la vida: la heroica e imaginaria que él solo se marcó en su fantasía y la real, que las circunstancias le impusieron. Nunca se cruzaron ambos caminos: incluso a medida que avanzaba en la edad su divergencia se hacía más y más patente. Este fue, en realidad el drama de Ramiro; drama, por otra parte, nada original, y del que todos, en mayor o en menor medida, tenemos cierta experiencia.
Por todo ello puede afirmarse que, si por héroe se entiende el varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes, don Ramiro es la encarnación del antihéroe. Y, aunque parezca una gran paradoja, este es quizás su principal atractivo, que no debemos confundir con su gloria. Porque el héroe agazapado que todos sin excepción llevamos muy en el fondo –y que posiblemente nunca jamás llegará a aflorar- es el que nos identifica con el protagonista y, en el que nos vemos retratados, quizá a través de detalles insignificantes, pero reales.
La trayectoria vital de don Ramiro es de sobra conocida: nacido en Ávila, y posible hijo de morisco, vivió hasta su madurez, donde, por cierto, desde un principio no le faltaron buenas maestras y maestros. Recuérdese, por ejemplo, a la campanera de la catedral, a la sensual mora Aixa, a su inseparable y fiel Medrano, etc. Pasa luego a Toledo y, tras de algunos escarceos místicos fracasados, reaparece en Las Indias, donde, por los alrededores de Lima, su degradación llega al máximo convertido en salteador de caminos. La novela concluye con un rayo de luz personificado en la presencia de Santa Rosa, que, llevada de su caridad, ofrece una oración por aquel muerto, desconocido para todos. Y, llegados a este punto, es inevitable establecer un paralelismo entre los finales de la novela y el ‘tenorio’:
“… que pues me abre el purgatorio
Un punto de penitencia,
Es el dios de la clemencia,
El dios de Don Juan tenorio”
Entonces, como ahora y como siempre, es Él quien tiene la última palabra.
Don Ramiro, en efecto, no hizo camino en la vida. Dejó estelas tras de sí, como todos las dejamos, pero en este caso concreto fueron más bien amargas. Y, como todas ellas, brillaron un instante para desaparecer después, absorbidas por la inmensidad del mar.
La trayectoria imaginaria, la que él soñara en su juventud, dejó, si cabe, todavía menos huella. La negra honra, que decía Santa Teresa, se encargó de abortar muchos de sus ideales. Y al final todo pasó, ‘sicut nubes, quasi naves, velut umbra… Amado Nervo, el gran poeta mexicano, repite la misma idea en su poema ‘A Kempis’, pero esta vez en español:
"Mas como afirman doctores graves,
Que tú, maestro, citas y nombras,
El hombre pasa como las naves,
Como las nubes, como las sombras… "

Y así pasó don Ramiro. La gloria le vino por otro camino; por donde nos vendrá a todos. Sus ‘hazañas’, sin embargo, quedaron plasmadas para siempre por la mano magistral de Larreta. Y a favor de su prosa, recia y excelente, cobran especial resonancia las emotivas palabras con que Jorge Manrique da el definitivo adiós a su padre, el maestre don Rodrigo:
“Aunque la vida perdió,
Dexonos harto consuelo
Su memoria”

Luis García Ares, poeta abulense, es autor de ‘Sonetos interiores’
Ávila, marzo de 1996

(Leído en la página VI de ‘Fontana Sonora’, suplemento de la revista ‘Caminar Conociendo’, nº 5 de julio de 1996)

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